Opinión

Crónica de ternura

Crónica  de ternura

Cansadísimos, con dos y tres jornadas de trabajo, conmueve ver a los compatriotas con sus mejores galas acudiendo a sus citas con el país, expresando inmenso optimismo en la salvación de la patria, persistiendo en sus quimeras a pesar del frío, el cansancio, o la edad.

Somos los y las alucinados de siempre, dice Fidelio, ostentando la tradición Martiana, Hostosiana, Duartiana, de Maceo y Máximo Gómez, Albizu y Julia de Burgos que comenzó y se enraizó en estos lares.

Mi corazón rebosa ternura y amenaza con ahogarme; en todas partes brotan las lágrimas, las de ellos y las nuestras. La gente no sabe qué hacer para celebrarnos, como nos agasajaba a mí y a Khrista cuando recorríamos el país y en todas partes nos ofrecían arroz con guandules y mangu con queso en las mañanas.

Pocas veces fui tan feliz como en esos días, constatando la inmensa generosidad de la gente humilde, que es la misma de la gente que emigra, más bien centuplicada por la nostalgia.

Así, en Lindt, Canon, un compa barbero insistió en pelar a Fidelio (para que no pareciera el Loco Valdez con esas cejas sin organizar…), e insistió en peinarme a mí (para que fuera una “dama digna de su compañía”…) y completó la jornada con reflexología y masajes en la espalda,” para darnos fuerza en la lucha”.

Y, en el Restaurante San Pedro de Macorís, un homenaje a los peloteros que adornan las paredes, con sus bates y bolas, la ternura adoptó niveles gastronómicos, y se manifestó en la mejor sopa de camarones que he disfrutado en años, repleto de camarones y suficiente para cinco (no dos!) personas.

Y ni hablar de las mujeres, que ofrecen teñirte el pelo, hacerte las cejas, arreglarte los pies, con los mejores productos del mercado, cada una ofreciendo lo que conoce y sabe hacer, cada una regalando desde su absoluta humildad: jabones, perfumes, cremas y maquillaje.

Son mareadas de ternura, abrazos de ensalada, besos de pernil y yuca, solidaridad de arroz y frijoles, calor y más calor humano en el vaso de vino o de cerveza, en la palabra sencilla que expresa admiración y respeto y cariño, cosas que se van perdiendo en la isla, pero que aquí son un ancla a las viejas tradiciones que una vez disfrutaron los compatriotas.

“Yo sueno con volver a La Vega y hacer un locrio en tres piedras, como cuando yo era muchacho”, me dice un ex agustiniano: “ y yo con los palos de San Miguel”, me dice una compañera sindicalista; “yo quisiera que algún día el gobierno reconociera lo que aportamos, sin demagogias, ni ministerios inventados”.
Lo haremos. Prometo.

El Nacional

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