Opinión

Cronopiando

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Volvió a fallar la seguridad

Christopher Speight, que hace unos días asesinó a balazos a ocho personas en Virginia, Estados Unidos, en otro trágico episodio de una sociedad que frecuenta las matanzas con generosa insistencia sin que nadie, al parecer, pueda entender por qué, no procedía de Yemen o de Afganistán, sino de un pueblo de Virginia.

Tampoco profesaba la religión musulmana, ni hinduista, ni se dedicaba a los cultos satánicos. Christopher era feligrés de la iglesia protestante. No vestía babuchas ni se ponía turbantes, sino los clásicos “jins” y las típicas gorras con emblemas deportivos. No sintonizaba el canal de Al Yacerá, sino la CNN. 

No comía quipes, tipiles o dátiles, sino hamburguesas, sandwichs y patatas fritas. No bebía té, sino Coca-Cola. No calzaba sandalias, sino zapatillas deportivas. No celebraba el ramadán, ni el año nuevo chino, sino el 4 de julio. No leía el Corán, sino el Washington Post. No fue estudiante meritorio de ninguna madraza talibana o escuela coránica, sino de una simple y común universidad estadounidense. No era miembro de Al Qaeda o de la Yihad islámica, sino de un club de tiro local.

En el pasado no había peregrinado a La Meca o se había bañado en el Ganges. En todo caso, Christopher había realizado algunas excursiones al monte como boy-scout. Tampoco lo detuvo el escáner de ningún aeropuerto, ni ninguna de las sofisticadas medidas de seguridad de las que disponen los Estados Unidos para detectar extranjeros explosivos, porque Christopher Speight es estadounidense y adquirió sus armas en una de las tantas armerías que en su país ponen toda clase de armas en manos de cualquiera.

El Nacional

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