Opinión

Cronopiando

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Andan retirando de los mercados europeos millones de huevos con dioxinas que han obligado al cierre de miles de granjas en Alemania, dado que alimentaban a sus animales con piensos contaminados. Las autoridades sanitarias alemanas, un año más tarde de que se descubriera el caso, se han apresurado a tranquilizar a los consumidores porque, dicen, los niveles de dioxinas detectados no suponen un riesgo para la salud y, además, agrego yo, ya ni el cáncer es lo que era. Sólo consumiendo muchos huevos y durante largo tiempo, dicen los medios de comunicación, es que podrían generarse, tal vez, algunos problemas sanitarios pero, hasta en esos casos, insisten las autoridades “la mezcla de los huevos diluirá las dioxinas” y desaparecerá uno de los problemas. El otro, más peliagudo y costoso, es qué hacer con los huevos contaminados que se exhiben en los mercados europeos.

Antes de que se los donen a Haití, que así de generosos son los europeos, bien podría el gobierno dominicano adquirir esos huevos a precio de saldo, que si en República Dominicana hasta las vacas locas se volvieron cuerdas, nada va a evitar que esos huevos con dioxinas resulten más nutritivos.

Considerando su origen, y una vez el gobierno separe una partida para los desayunos escolares, el resto podría ir a parar a manos de los comerciantes locales que, así los encarezcan,  no dudo hallarán entusiasmados consumidores felices de poder consumir huevos con tanta raza y pedigrí, aunque haya que hacer fila.

No sería la primera vez que desde el desarrollado mundo que queda arriba y al otro lado nos proponen negocios semejantes.

Aquí tenemos años sanando nuestras enfermedades con medicamentos descontinuados y prohibidos en Europa y Estados Unidos, sin que las contraindicaciones descubiertas a esos fármacos nos lleguen a afectar porque antes de darles tiempo a manifestarse ya nos hemos muerto de otras  dolencias tercermundistas.

Aquí tenemos años recogiendo con gozosa alegría la tóxica basura de la que en el primer mundo no saben cómo deshacerse y que en nuestros improvisados basureros encuentran natural acomodo.

Aquí adquirimos con generosa frecuencia toda clase de insecticidas producidos en Estados Unidos, como los clorinados (DDT) o los organicofosfatados (Parathion), que aunque en el Norte están prohibidos, las compañías que los producen  cuentan, sin embargo, con todas las bendiciones y permisos para venderlos en América Latina.

Aquí compramos regocijados, autobuses desahuciados en los países desarrollados que en nuestras calles desparraman con puntual equidad el monóxido de carbono con que nos intoxican.

Aquí ya somos expertos en la digestión de pollos con hormonas, de cerdos con dandí, de salchichón de burro, y poder incorporar a nuestro variado menú los huevos con dioxinas, contribuiría a fortalecer una dieta alimenticia que dotaría a nuestros organismos de una consistencia casi mágica. Si en República Dominicana hemos sido capaces de digerir a Balaguer, a Hipólito y a Leonel, somos capaces de digerirlo todo, sin pestañear, y hasta de repetir.

El Nacional

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