Opinión

Cronopiando

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Hace nueve años, un 7 de diciembre, Aurora Wiwonska Marmolejos, de 22 años y  madre de una niña de año y medio, en un arranque inesperado y a las puertas de un club en el que la empresa para la que trabajaba ofrecía una fiesta navideña a sus empleados, emprendió una loca y descalza carrera por las proximidades de la UASD, cuesta abajo y a oscuras,  que no parece vaya a terminar nunca.

Momentos antes había sostenido una discusión con su marido que, aunque no trabajaba en esa empresa, había sido invitado por ella. A la salida del local, él se dispuso a llamar por su celular a un taxi para regresar a casa, eran más de las diez de la noche, cuando Aurora Wiwonska, según declaró su marido, se quitó los zapatos y echó a correr.

Desde entonces nadie ha vuelto a ver a Aurora Wiwonska Marmolejos. Tal vez porque, discreta, se quitó los zapatos para no hacer ruido. Una carrera urdida de improviso, como si fuera a detenerse a los tres pasos y no tuviera intención de prolongarla todos estos años.

Nada se llevó en su frenética carrera, ni un pasaporte, ni dinero, ni una maleta con ropa, ni una fotografía de su hija, nada. Tampoco se despidió de nadie, ni siquiera de su marido. Simplemente, se quitó los zapatos y echó a correr.

Y corriendo ha cruzado, desde entonces, su menuda figura frente a todas las comisarías de policía de la ciudad que no la vieron nunca, que nunca la han sabido; corriendo ha ido dejando atrás pesquisas inconclusas y reportes a doble espacio; siempre corriendo, Aurora Wiwonska atravesó un original y tres copias, dio la vuelta a un formulario verde, recorrió sin detenerse cuatro informes anexos y algunas presunciones, incansable al desaliento, sin que la detuvieran los indicios, ni las legítimas sospechas. Corriendo le ha pasado por el lado a tres pruebas periciales,  ha cruzado indagatorias y testigos que sirvieron, al menos, para saber que aún corre, que Aurora Wiwonska tiene nueve años corriendo.

No la ha visto la jueza que dictaminó su olímpica odisea por calles y avenidas de Santo Domingo, como si desaparecer en la República Dominicana fuera un ejercicio común e impune que no requiere más averiguaciones. No la ha visto la Policía, nadie la ha vuelto a ver, ni siquiera su hija, nueve años después.

Súbitamente, sin tiempo ni para despedirse, Aurora Wiwonska decidió emprender esa carrera en la que todavía persiste y de la que nadie es responsable, como si fuera una fatal ocurrencia de medianoche, como si súbitamente le asaltaran las ganas de correr el resto de sus días y se lanzara a tumba abierta por las calles de la ciudad, hasta ella misma olvidarse de sus pasos.

Y me pregunto si esa impune carrera no altera, también, la paz ciudadana, si no pone en peligro la convivencia de la familia dominicana o si es que, en esta sociedad, ser mujer no vale absolutamente nada cuando, además, se carece de recursos y apellidos.

El Nacional

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