Opinión

Cronopiando

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Desgraciadamente, en la Roma de hoy ni contamos con un Cicerón que cuestione la locura del César Imperator ni le preocupa a éste lo que pueda reprocharle su senado, menos un populacho que lo aclama cuanto más lo ofende y lo secunda cuanto más lo veja.

Tampoco le roba el sueño a Il Cavalieri lo que puedan censurarle las adiestradas urnas para, ya que no hacer de su caballo un cónsul, llenar de acémilas el parlamento europeo, como no le perturba la posible acción de una justicia incapaz de resistirse a la oportunidad de una buena soldada o de un mejor soborno, ni la suerte que puedan correr sus legiones, allende las fronteras del imperio, exterminando bárbaros.

A salvo su buen temple de las sufridas derrotas en el circo romano de  sus afamados gladiadores milanistas, que si bien no son ya causa de su entusiasmo son todavía alborozo de la plebe, o de aseveraciones que vinculan sus usos e intereses a padrinos no precisamente de celuloide, no hay ley, ni humana ni divina, que contradiga su descanso o su derecho. Ni siquiera el decir de los grandes oráculos de comunicación, demasiado ocupados en censurar la locuacidad tercermundista de algunos americanos presidentes o sus exóticas indumentarias o sus bananeras repúblicas, como para ocuparse de la egregia y culta Roma en la que Il Cavalieri sabe mejor que nadie cuidar las formas y engominar los modos.

Tampoco le preocupa al César Imperator la posible inquietud de un Vaticano que nada reprobable, hasta el momento, ha encontrado en su conducta, siquiera para un respingo de advertencia. Y es fama que, en tiempos tan ingratos, de tantos sinsabores, a cualquiera lo repudian su mujer y sus hijos.

Lo único que en verdad ofusca a Il Cavalieri, que trastorna los escasos sentidos que aún le sobreviven, lo único que lo mantiene en permanente duermevela, a tenor de lo que se publica en estos días, es haber seguido perdiendo facultades por tener que correr detrás de adolescentes y no llegar a tiempo, en sus juegos nocturnos, de desnudar a las vestales que recauda de la apariencia angelical que lo cautivan.

El Nacional

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