Semana

Cuando el honor se impone

Cuando el honor se impone

La forma plástica, enrevesada, cambiante y su expresión burlona, irónica, a veces hasta el sarcasmo, eran la forma normal de comunicacion del presidente Grau San Martín.

Recuerdo  la enojosa experiencia que sufrió mi padre cuando fue a tratarle al Presidente el problema de los “muchachos del gatillo alegre.”

Efectivamente, la revolución contra Machado (1933) tiró a las calles de la Habana un subproducto de “revolucionarios” que quedaron sin trabajo pero armados.

Cuando menos se esperaba surgía, como caso grave menor, una refriega entre ellos mismos o entre sus bandas que paralizaban a la ciudadania. A veces servían de “sicarios” y otras atracaban personas o asaltaban empresas. Y todo en nombre de la gloriosa revolución ya marchita.

Las autoridades, eficientes en otros casos, no se atrevían a molestar siquiera a los impunes “muchachos del gatillo alegre”.

Mi padre, en su calidad de presidente-líder del Comité Parlamentario Auténtico-Republicano, solicitó una audiencia y se fue a ver al Presidente de la República para demandarle, como aliado y ciudadano de la República, el cese inmediato del angustioso caso del “gatillo alegre.”

Grau, tal vez pensando que mi padre se iba a amedrentar, le pidió una lista de los culpables de ese desorden.

Mi padre, valiente de cuna, redactó una lista con algunos caracteres y se la llevó al Presidente Grau.

Grau la leyó, la elevó en alto y solo acertó a decir: “Lástima que en esta lista se encuentren tantos nombres románticos de la revolución”, y la engavetó.

Mi padre se puso de pie, se despidió de Grau y no regresó jamás al Palacio Nacional.

El Presidente Grau, tal vez para atraerlo de nuevo, lo nombró embajador especial para la firma del Acuerdo de Chapultepec que dio inició a la OEA y, con el mismo rango, a Dumbarton Oaks donde se creó el Banco Mundial y el FMI. 

En esta misma instancia recuerdo el rompimiento de la alianza de mi padre que representaba al Partido Republicano con el Partido Revolucionario Cubano que presidía Ramón Grau San Martín.

A los internos del Colegio de Belén, después del desayuno, se nos repartía el decano de la prensa de Cuba, el Diario de la Marina.

Como era tiempo de recreo yo conversaba con algunos compañeros cuando, de pronto, como era su costumbre, se apareció a mi lado Fidel Castro Ruz, compañero de internado del Colegio de Belén.

Fidel puso frente a mis ojos la primera página de el diario para decirme: “mira lo que dice el periódico de tu padre en primera página: “Declaró disuelta la Alianza-Auténtico Republicana, por el desgobierno del Presidente Grau, la corrupción administrativa y el coqueteo con el Partido Comunista.” Fidel me comentó: “llevame a conocer a tu padre.”

Después lo conoció como alumno de su Cátedra de Derecho Agrario en la Universidad de la Habana.

El alcalde no podíaa salir a la calle y ni siquiera  apearse de su automóvil en la acera por cualquier rutina porque enseguida lo rodeaban los vecinos al grito de: “Agua, agua, agua…”

Su pundonor lo exaspero, lo aprisionó, lo acogoto hasta cegarlo sin alternativa. En cierta ocasión me confió su mayor angustia a mi, a mis 17 años.

La Sociedad Proarte Musical estaba constituida por damas y caballeros de la más alta escala y elevada cultura de la sociedad habanera para el fomento de la musica, la danza y específicamente el ballet entre la juventud cubana.

Allí llegó, adolescente, Alicia Alonso y alli escalo el rango de “prima ballerina assoluta.” La adinerada madre del politico suicida, por honor, no por temor, el doctor Eduardo R. Chibas Rivas, era la dadivosa y complaciente tesorera permanente de Proarte Musical.

La sede de esta honorable institución sin fines de lucro era el Auditorium de El Vedado donde el Alcalde de la Habana tenia reservado un palco especial.

Decía que el alcalde Fernandez Supervielle me confio: “De todo esto, de las reclamaciones populares por agua, la que más me hirió fue  en el Palco del alcalde de La Habana en el Auditorium y aquella distinguida sociedad habanera de ProArte Musical me increpo gritándome: “Agua, agua, agua.”

                                                           Aquella noche de aquel Miércoles Santo, mi padre y yo entramos a la sala de la residencia del alcalde de la Habana, y nos invitó a su lujoso carro para partir  al Colegio de Belén para los ejercicios espirituales de Semana Santa para caballeros.

El alcalde Fernández Supervielle, agarrando  la manilla del lado derecho del interior de su autómovil, atinó a decir estas palabras que aún  estan fijas en mi mente: “Voy a Belén en busca de un remanso de paz…” me fijé bien en la pequeña almohadilla para reclinar su cabeza que el alcalde de la Habana acurrucaba junto a su pecho sin soltarla  como si temiera perderla.

Semanas después, un domingo de mañana, el rumor paralizó a toda la ciudadania: “El alcalde de La Habana se suicidó en el patio de su casa con el revólver de uno de los policías del carro patrulla que le servía de escolta”.

El Nacional

La Voz de Todos