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Cuando Lockward dejó caer la bomba de destrucción masiva

Cuando Lockward dejó caer la bomba  de destrucción masiva

En abril de 1970 en nuestro país se esperaba al profesor Juan Bosch como a Lenin en la Rusia revolucionaria de 1917. Porque Bosch era el líder indiscutible en aquel período huracanado y el escritor más grande que hemos tenido (Pedro Henríquez Ureña, el intelectual más grande). Todo el mundo quería conocerlo. Escucharlo. Darle un apretón de manos.

Fue por eso que hubo algarabía cuando nos llegó la noticia: “El profesor Bosch les invita a una tertulia en la casa de Milagros Ortiz Bosch”.

Ya nuestro grupo reunía a la mayoría de los miembros de “La Isla” y “La Antorcha”, que habían tenido una vida breve, así como varios de “El Puño” y “La Máscara”.

El MCU tenía un concurso literario abierto, un boletín quincenal, su vocero radial “La nueva voz” y una sólida editora: “Poesía MCU”, “Bordeando el río”, “Cartas a Gladys” (enviadas, desde la cárcel, por Henry Segarra) y otros.

Los escritores publicaban sus obras en los suplementos de El Nacional y El Caribe y en la revista ¡Ahora!.
El concurso de E. León Jimenes resaltaba los grandes nombres y en diferentes pueblos había grupos que impulsaban la literatura, como “Amidversa”, en Pimentel, dirigido por Manuel Mora Serrano. Y otros en Santiago, Puerto Plata, Azua…

De manera, que cuando nos llegó la invitación vimos brillar un millón de estrellas.
Porque soñábamos con un frente cultural amplio, donde estarían todos los que enfrentaban al despotismo imperante.

Y llegó el gran día cuando, en la noche, se vio una procesión de novelistas, poetas, críticos, pintores, actores, cineastas y, en fin, todos los que estábamos ligados al proceso cultural. Todos hacia la casa de Milagros, en las cercanías de la UASD.

Al llegar, pudimos ver el nerviosismo de la pintora Ada Balcácer y el poeta Enriquillo Sánchez, quienes preparaban fichas con las informaciones de los asistentes: “Datos generales, actividad a la que se dedica, grupo al que pertenece…”.

Allí estaban Arturo Rodríguez, Efraín Castillo, Norberto James, Andrés L. Mateo, René del Risco, Miguel Alfonseca, Rafael Villalona, Delta Soto… y, además de Ada Balcácer, los otros integrantes del mítico grupo Proyecta: Fernando Peña Defilló (Papo), Domingo Liz, Cocó Gontier, Leopoldo Pérez (Lepe), Mario Cruz y Thimo Pimentel.

Y, luego hicieron su entrada triunfal los consagrados Julio César Castaños Espaillat, Pedro Mir, Abelardo Vicioso…

Milagros, la anfitriona, no podía ocultar esa sonrisa que mostramos cuando todo nos está saliendo bien. Y, de pronto, sentimos un aleteo, como de palomas o ángeles que están bajando del cielo: hacía su entrada triunfal el profesor Juan Bosch y todos, de pie, le dimos la bienvenida con una cálida ovación. El ambiente era de júbilo. De exultación. De euforia.

Estábamos en presencia de una persona que (todavía no se había inventado esa fruslería que llaman “diplomado”) no había hecho una licenciatura en Harvard, pero que figuraba en las más importantes antologías del cuento latinoamericano. No tenía un doctorado en Cambridge, pero había rescatado y enriquecido el legado teórico de Eugenio María de Hostos.

No traía una maestría de La Sorbona, pero había escrito “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” que, según palabras del propio García Márquez, había sido la fuente de donde bebió para escribir sus obras. Su influencia era tan grande que sólo podía compararse a la de don Rafael Herrera, director del Listín Diario que, como él, carecía de esos títulos y condecoraciones pero cuya pluma estaba certificada por las más excelsas musas.

Y, luego de la presentación de estilo se dejó la palabra al profesor que, en lugar de “dominicanos”, comenzó diciendo: “Amigos: hemos querido tener este intercambio de ideas con el fin de conocernos. Pero, fundamentalmente, me ha interesado el asunto de la dispersión que hay entre ustedes.

Me dicen que no tienen un lugar donde reunirse y discutir sus inquietudes (…). Lo más importante es que se pongan de acuerdo sobre algún espacio común, un lugar donde hagan sus reuniones habituales…”.

Cuando Bosch finalizó hubo un silencio profundo. Y miradas cómplices de incredulidad. Se esperaba otra cosa.
Entonces, pedí la palabra para decir: “Creo hablar por todos los presentes al expresar mi admiración y respeto por el profesor… Es un honor y, más aún, un orgullo estar con el autor de “Judas Iscariote, el calumniado”. El que escribió “David, biografía de un rey”. El mismo que nos entregó: “Hostos el sembrador”. Ahora, nos gustaría saber si, además de la idea de la fraternidad, hay algún proyecto sobre la unificación de todas estas fuerzas que están reunidas aquí”.

Y, antes de que el profesor me respondiera, el doctor Julio César Castaños Espaillat, varias veces rector de la UASD, habló así: “Jimmy: tú no has comprendido al profesor Juan Bosch. Es porque no has tenido la oportunidad de ir al “Village”, de Nueva York, donde los artistas…”. A él le siguió Pedro Mir: “Si hubieras ido a “Montparnasse”, al “Barrio Latino” o a “MontMartre”, todos en París, Francia, hubieras comprendido qué quiso decir el profesor…”. Y Abelardo Vicioso: “¡Oh, Jimmy! ¿No has oído hablar de la Vía Veneto de Fellini y la Dolce Vita?, en Roma, Italia. Allí los intelectuales…”.

Entonces, fue el turno de Antonio Lockward: “Jimmy, sé que te has sentido apenado por esta muestra increíble de adulación, zalamería y genuflexión. Estos distinguidos caballeros no han encontrado otra forma de demostrar su servilismo…”. Las palabras de Lockward fueron fulminantes. Pasmosas. Y devastadoras.

Y, al concluir, Bosch le preguntó: “¿Usted terminó ya, joven?…”. Y, ante la respuesta afirmativa: “…Entonces yo me voy”. Y salió violentamente del lugar.

Detrás, corrieron Ada Balcácer, Enriquillo Sánchez y Milagros Ortiz, que lograron traerlo de nuevo. Más, cuando iba a sentarse, volvió a decir: “No, yo no tengo nada que hacer aquí”. Y salió otra vez, para no regresar.

“Hay que hacer un desagravio a Bosch”, dijo Enriquillo Sánchez”.
“Apruebo el desagravio”, le respondí yo, “pero para nosotros, pues él era el anfitrión y, si no estaba de acuerdo con lo que aquí se dijo, no tenía por qué abandonar la sala”.

Ahí creció el desconcierto. Y, uno tras otro, fueron saliendo los reputados. Las luminarias. Los ungidos. Y nosotros también mientras, en la radio de Milagros, esto refrescó el ambiente:
https://www.youtube.com /watch?v=H3PWGE4qnJU

Así, aquel que parecía ser imborrable, terminó siendo un día para el olvido.

En otro orden, pienso que lo haría mal si termino aquí, sin decirles quien fue y como se convirtió en el protagonista de una de las hazañas más dramáticas de la historia de la izquierda dominicana, a despecho de los dioses ultramarinos que juraron que aquel día iban a liquidar los símbolos y estandartes del pueblo que se levantó en armas el 24 de abril de 1965.

Y desafiaré a cualquier diletante que quiera desmentirme. Le diré, simplemente: ¡Cierra la boca, felón de pacotilla!

Yo estaba allí.

El Nacional

La Voz de Todos