“Mafalda y nada más”
Cuando Albertys Enriquillo Matos (uno de los amigos que mas me ha soportado y que hace años pasó a la categoría siguiente de ser hermano), cumplía sus 10 años y un día nacía Mafalda del intelecto y el lápiz de Joaquín Lavado (Quino). La conocí saliendo de la adolescencia, y desde entonces mantenemos una relación de amor y nunca de odio que me ha ayudado a perseverar en los ideales con los que nació y se ha mantenido en estos 50 años: la paz mundial, el respeto a los derechos del niño, el desarme, la práctica de una real democracia, el proteger a los envejecientes, el cuidado del medio ambiente. Siempre he sentido como que sus prédicas nacen de mi intelecto y así se la enseñe a mis hijos, la hice querer por mis hermanos, la compartí con mis parejas y por lo regular es tema con mis amigos.
No importa que se haya quedado en sus seis años, no la quiero mayor de ahí. Ella, al igual que sus queridos Beatles, es como una tabla a la que nos asimos en este insensible mundo que nos trae sin sonrojarnos a lo de los Tucanos, que ya olvido la SunLand, y que en este septiembre nos recuerda el golpe de Estado de un viejo parecido a ella: Bosch, o el del otro que le era vecino, ese mismo que por serle fiel a ideales similares a los de ella, a los de Guille, Libertad y Felipe prefirió inmolarse en La Moneda, o recordar que a solo seis años de su nacimiento perdíamos aquí a uno que tenía todo el perfil de ser su alma gemela: Amín Abel, y que cuando a los cuatro años debió ser igual a Miguelito.
No importa que aborrezca la sopa o que se pierda en divagaciones existencialistas, ella ha sido, incluso para los poderosos que siempre ha cuestionado (Ejemplarizado en los sueños de riqueza de Manolito), un atractivo, a pesar de frases como esta: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”, finalmente busquen aquella tira en que la mama sale y le pide, desde el pasillo, que no le abra la puerta a nadie y Mafalda le pregunta: Y si es la felicidad?
