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Cultura de la Gordura

Cultura de la Gordura

En mis años de infancia tuve, al igual que en mi actualidad nonagenaria, una anatomía con escasez de kilos. Pero a diferencia de hoy, en que la obesidad es considerada un problema de salud, hasta hace poco tiempo la presunción de salubridad se simbolizaba en abundancia de libras y rostro de coloración rojiza. No he olvidado la foto del almanaque patrocinado por la panadería Quico en los años finales de la década del cuarenta.
En ella aparecía un hombre alto y delgado caminando delante de un gordinflón, quien con burlona expresión en su rostro lo señalaba diciendo: ese no come pan de Quico.

Una vecina obesa de mi barrio exhortaba con frecuencia a parientes y amigos flacos a ingerir el popular producto alimenticio para que se mantuvieran, como se creía entonces, gordos y saludables.

Una guaracha de antaño ponía a su autor a describir el cuerpo de su amada afirmando que se componía de huesos nada más, una forma de indicar que tenía escaso atractivo físico.

Mi madre mantuvo hasta el final de su existencia de noventa y cuatro años un cuerpo supra delgado, que la llevó a comprar numerosos fármacos con la finalidad de engordar.

Ninguno de los tónicos logró añadirle una libra, lo que contribuyó a su excelente salud, y a que asistiera al velatorio de la casi totalidad de sus amigos y vecinos.

Un ex condiscípulo del bachillerato que comenzó a echarle grasa excesiva a su cuerpo cuando andaba por la treintena de edad, si alguien le aconsejaba que se pusiera a dieta para bajar de peso, escuchaba la misma respuesta:
-Me encanta comer bueno y mucho, y además se sabe que los flacos también se mueren.

No faltó quien le señalara que los gordos generalmente morían menos añejados que los esbeltos, y desafortunadamente mi ex compañero de estudios falleció cuando no había cumplido cincuenta años, y con doscientos cincuenta libras.

Pese a que en los medios de comunicación los médicos hablan de la conveniencia de comer con moderación, y de usar de igual forma la sal y el azúcar, el dominicano sigue prefiriendo las delicias del paladar a la salud.

Debido a que mi padre era diabético, trato de evitar ser afectado por esa grave deficiencia, pero ante mi frugalidad y mi alejamiento de los dulces, mi esposa Yvelisse repite que estoy dejando de vivir para vivir más tiempo.

Un día que la llevé a comer a un restaurante vegetariano, ponía mala cara a cada bocado de los alimentos que eligió, y cuando nos marchábamos, dijo: lo malo de los alimentos saludables es que, o no tienen sabor, o saben mal, mientras los dañinos son sabrosísimos.

Una parienta que debido a su gula estaba excedida de peso, cuando algún conocido de anatomía delgada se enfermaba le decía:
-Fíjate en la desventaja de ustedes los flacos, que cuando tienen que botar libras por una enfermedad, no hallan de donde sacarlas.
Cuando apareció el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida), muchos delgados sufrieron bromas pesadas consistentes en decirles que quizás podrían estar afectados por la terrible enfermedad.

Una amiga generosa de carnes dice que se alegra de esa característica, debido a que al hombre dominicano no le atraen las mujeres muy delgadas, mientras le encantan las “llenitas”.

He citado en más de una ocasión a un buen amigo cuyas parejas sentimentales han sido gordas, quien dice que prefiere atragantarse con un pedazo de carne, antes que con un hueso.

La campaña de facultativos cardiólogos, endocrinólogos y gastroenterólogos en los medios de comunicación, está prendiendo.

Eso se pone de manifiesto en que se ha reducido la cantidad de mujeres y hombres masudos, que por razones de salud comen menos y se ejercitan más.
Sin embargo, los cirujanos estéticos reciben como pacientes a féminas deseosas de convertir glúteos inexistentes en un fundillón, y senos tipo huevo frito en pechugotas.
Al finalizar este artículo, considero que ha disminuido, pero no ha desaparecido en el país, la cultura de la gordura.

El Nacional

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