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¿De dónde son los dan zantes? 

¿De dónde son los dan zantes? 

Es la danza lo que habita esta sala. Esta página. Estas palabras. Esta memoria afortunada de los ojos. Este silencio… El escándalo de estar soñando bajo la gravedad, sobre la sombra. El placer de dos cuerpos perfectos en el aire y en la tierra. La ingrávida sombra que se transparenta bajo la luz –o sobre el ocaso-, vestida de música y desconsuelo. La sola efigie de los que muerden un tremendo delirio. La sola efigie que se edifica con el alma abierta, con el corazón pausado habitado de asombros, y el develado encantamiento de la melodía, compuesta de espantos y alborozos.

Es la danza la que me cubre y me descubre. La que se cubre con  manos aladas y pies descalzos, tras un velamen siniestro, “otoñabundo”, sobre los símbolos misteriosos de su vuelo roto interminable, ajado y exquisito; conjugado sin prisa ni vacilaciones. Con el donaire de un tiempo tan remoto, como eterno y efímero.

Luego de la danza, hablemos del sesgo armonioso de la danza. De la brizna acelerada que la cubre y la descubre. De la brisa que la lacera y la construye. De la brizna que moldea a cada uno de los pasos perdidos en la tierra. De la brisa que la acerca a la nube, a la luna, al centro luminoso de la poesía…

Son los del deleite los rostros de la danza. Los de la tibieza, los de la ternura, los de la decisión irrevocable de mantener un solo aliento verdadero; una sola cifra soñada y consumada. Una sola efigie bogando tras la sombra. Una sola efigie…

Los rostros de la danza son los rostros de luz, más no los de la intemperie. Los rostros de la intemperie se quedan en el baúl de lo ordinario, de lo procaz, de lo terrible, de lo revocable sin minutas. Hablemos pues de la danza en sentido figurado, o figuremos a la danza como sentido del decir. Como símbolo seductor de la primera oralidad.

La danza es figura de la imagen e imagen figurada de la palabra. La palabra es la danza de la poesía, y la poesía; la danza del espíritu. El espíritu de la danza es la figura de la vida y  la vida es en su definición mejor; figura y piel de la muerte. Pero en su complexión figurada, hedionda y destartalada, la muerte es contraria a la danza, porque es estática y finita.

Hablo de la danza como si hablara un miércoles de una mujer que veré en domingo. Como si hablara de una sonata o de otra mujer. O de esta tarde de higo veraniego. O de esta sola ola alevosa. O de un suplicio… Hablo de la danza como quien mira al descampado una lluvia fina, finísima, que es balada de los sordos y ventura de los que la protegen con los ojos, con el ánima, con las palabras. Con los símbolos de la extremaunción, con la boca y con el sueño. Y desde luego mis amigos, con la voz.

Los gestos de la danza son los “habladores” del misterio de la vida y de la muerte. Son los albaceas de lo claro de la luz y de lo oscuro de la sombra. Pero clara u oscura, la danza siempre revela.

Yo no tengo la pluma primorosa y ponderada de Eduardo (Villanueva) para hablar con propiedad de este rocío. Ni siquiera es mía esta asta mínima y frugal con la que hilo sin desafuero estos asombros. Yo no tengo ni por asomo un tajo de páramo fértil donde sembrar sin virutas mis encantamientos de octubre y de toronjas. Ni una Cédula de Identidad ligera y amarilla de danzante, en un octubre de mayo y aguaceros, con la que pueda dejar atónitos –boquiabiertos, pulverizados-, a los espectadores. Poseo sí, acaso, una mangrina nubecita enana para las sorpresas del minuto. Y ya es justo declarar en esta hora mi franco y descalabrado Estado de Situación.

Poseo sólo como tesoro, una sortija de agua y oro fingido. Una gargantilla de gitano saltarín y una medallita persa, húmeda de niebla,  y transparencia de lucero caminante. Tan sólo eso, es cierto, pero como leen, arriesgo mi poca cabellera de todos modos, y depongo mis ansias de partida sin destino, por la ambición de algún día lograr describir en cámara lenta; el vuelo, la melodía, el color de los rostros de esos ángeles multidisciplinarios; inclementes, trascendentes, infinitos, henchidos por la media y cadenciosa parda luz de los que pueden acompasar sus pasos en el aire, de los que pueden dibujar con magia de colores, esos suaves deslizamientos en la tierra. Ese sesgo “material y matinal”. Ese…

El Nacional

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