Opinión

De la miseria del arte,  al arte de la miseria

De la miseria del arte,  al arte de la miseria

Con la gratísima visita que recibí de Frank Ceara y David, bajista de Pavel Núñez, se cumplió un deseo que albergaba desde hace tiempo: Oramos los tres por mi pronta salud y en el acto me enseñaron a hacerlo mejor que antes.

Me dijeron con gran sencillez que no hay que buscar palabras especiales para orar, porque al Señor se le conversa como a un amigo. Me recordaron que, como yo, habían estado muy ligados a la iglesia católica a través de los cursillos de cristiandad.

Del tema de la fe pasamos a mis profesías artísticas. Me recordaron que musicalmente los géneros que hoy ocupan los primeros lugares habían sido pronosticados por nosotros con anterioridad: La bachata (2004), los Urbanos (2007). Y claro, celebraron conmigo estos aciertos llenándome de elogios y expresiones de afecto.

Disfruté como un niño esta refrescante visita, como un gran regalo, fiel expresión de lo que algunos llaman “memoria del corazón”: la gratitud.

Un valor por cierto muy escaso en el mundo de hoy día, especialmente en el medio y la clase artística. Lo que hace doblemente valioso el gesto de Frank y David. De forma casi coincidente, el pasado domingo escuché las palabras de un hombre que tiene la autoridad para hablar sobre la música, los músicos y los artistas en general. Hablo de Jhonny Ventura.

Decía Johnny en el programa de Jatnna, que “los artistas cuando comienzan son capaces de darlo todo en función de llegar arriba y cuando llegan no miran a quien les dio de comer al principio”.

“No hay cosa peor que los malagradecidos en el arte”, dijo. Nunca me había atrevido a decir esas palabras de forma tan clara, pero un hombre con la autoridad de Johnny me allana el camino para decir que es totalmente cierto.

En mi larga caminata de casi 50 años por el mundo del arte popular, puedo contar con los dedos de una mano aquellos a quienes puedo considerar ejemplos de gratitud.

Porque a la mayoría su escasa calidad humana, por las miserias del alma, no les alcanzan ni para una llamada telefónica indagando si como, si duermo, si aún respiro o si he muerto.

Menos mal que, como en todo, existen honrosas excepciones. Pero la triste verdad, es que la miseria del arte ha devenido en el arte de la miseria.

El Nacional

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