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DEBUT EN LA ONU

DEBUT EN LA ONU

Trump y la imprecisa  paz palestina
El presidente Donald Trump, conforme su estilo impreciso, ambiguo y dual, de doble moral, menos en sus propósitos expuestos en campaña, de rescatar la industria norteamericana y regular la inmigración ilegal, refleja su complejidad en todos los frentes, el concerniente a la elusiva paz en Palestina, uno de los más importantes, se decantó por minimizarlo, casi soslayarlo, en su debut en las Naciones Unidas, el 20 de este mes.

Ante un plenario congregado al inicio del período de sesiones de la máxima tribuna planetaria, el presidente Trump zigzagueó, como un experto esquiador, que no lo es, ni deportivo ni en la lid política, el tema nodal de la anhelada paz por la humanidad de Palestina, el diferendo entre árabes y hebreos que este 29 de noviembre marca 70 años de discordias, guerras, muertes, destrucciones y ninguna, aunque fuese débil luz, al final del túnel, de este sangriento, traumático, pesaroso y angustioso conflicto entre hermanos de padre, que se perfila sin solución de continuidad.

Debutando en el cónclave de la ONU, el presidente Trump se decantó por los broncos escenarios de Corea del Norte, categorizando de loco al desconcertante y provocador líder Kin Jon-un, término inapropiado para cualquier gobernante, sobre todo, del conductor de la humanidad, señalando a Venezuela y el conflictivo e inexperto Nicolás Maduro y el Irán de los ayatolás con el INRI de su proyecto atómico y respaldo al ISIS y Hamás, como los puntos nodales que confronta, relegando el tema de Palestina a términos apenas perceptibles. Y no es así.

El 29 de noviembre de 1947, la ONU emitió su resolución 181 que dividía el mandato británico de Palestina (1917-1947), en dos Estados, uno árabe, otro judío o hebreo, que los primeros, craso error, rechazaron, alegando mayor presencia demográfica, causando cinco guerras, tres intifadas, y tres masacres y genocidios en la Franja de Gaza, desgarrante cárcel abierta de 365 kilómetros cuadrados, donde se hacinan sufriendo lo indecible, dos millones de palestinos, condenados injustamente por el Estado de Israel a un inhumano bloqueo por tierra, mar y aire; con energía eléctrica precaria; con una de las más altas tasas de desempleo planetario; con restricciones para acceder a Egipto por el único punto de Rafah, impuestas por el dictador Abdelfata al Sisi, secuaz del imperio, y sicario de Israel.

“Estamos buscando seriamente la paz y posiblemente al final haya paz para todo Medio Oriente y creo que tenemos una muy buena oportunidad”, expresó el timonel del navío que conduce el destino de la humanidad en la ONU, ampliando su huera monserga:

“Es un tema complejo, siempre lo he considerado el acuerdo más difícil de todos: la paz entre israelíes y palestinos, el más difícil de todos”, subrayó sin mayores concretizaciones el tonante magnate, inquilino de la Oficina Oval, que arbitra la vereda que transita la mundial.

Palabras huecas que debió trocar en procurar una solución concreta y definitiva, aprovechando las presencias del hosco premier israelí Benjamín Netanyahu y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas en la ONU.

Dorada ocasión que debió el presidente Trump aprovechar para reunirse los tres, y bosquejar un proyecto serio de paz, comprometiendo a los dos actores a una hoja de ruta definitiva y sin alteraciones al estilo del presidente George Bush junior, que elaboró en 2004 una hoja de ruta, el más completo programa para alcanzar la paz, que posterior boicoteó, y consintió que la desconociera el halcón primer ministro Ariel Sharón.

El momento propicio se presentaba viable, considerando la claudicación por la división del bastión extremista de la Franja de Caza que lidera Ismael Haniyeh, que ofreció pactar con Abbas y formar un gobierno de unidad, conforme divulgó Abbas el 17 de septiembre, uno de los nudos que Netanyahu expone para soltar el amarre de la discordia y hacer factible la paz, negociar con un solo interlocutor palestino.

Esa era, y es aún, por tener vigencia, el Sésamo Abrete para zanjar el diferendo y alcanzar, de una vez por todas, y para siempre, la paz entre hermanos de padre que suspiran israelíes y palestinos, que también es un anhelo de la humanidad, y renunciar al enfrentamiento, y dejar atrás, como la noche de la famosa novela de Jan Valtin.
En el Cibao se postula que las oportunidades la pintan calva, es decir, que difícil repitan, y en el caso palestino-israelí, es factible que se repitan, con sólo el presidente Trump convocar a los dos principales actores del lacerante drama de dolor y discordias, a una cita crucial, que delinee de una vez por todas, las coordenadas para superar las diferencias.

Empezando por el Estado de Israel renunciar a las colonias que indebidamente creó en Cisjordania, territorio inalienable del inexorable Estado Palestino, junto a la Franja de Gaza, Este de Jerusalén, sede del gobierno palestino, retorno de 4 millones de exiliados, y jurarla ambos, renunciar a la confrontación y la guerra como expediente solucionador del entendimiento y la paz, con fronteras seguras para las partes.

El Estado Palestino renunciar a la guerra y la confrontación, con un solo interlocutor; propiciar un clima de cooperación científica, comercial e industrial; distribución porcentual correcta del agua de los afluentes Jordán, Yarmuk, Kisón y Yarkón, hoy controlados ilegalmente por Israel, y forjar esfuerzos para rescatar a la Franja de Gaza de la inanición, conforme reporta el periodista Juan Carlos Sanz de El País, el 19 de este mes de septiembre, como un desastre humanitario espeluznante, en extremo lastimoso y cruel, un símil del soha que padeció la raza semita en el III Reich, en el fragor de la II Guerra Mundial (1939-1945).

El Nacional

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