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Del baloncesto al cuento

Del baloncesto al cuento

Si alguna institución de estudios  osara entregar certificados   para dar constancia de que una persona es cuentista,  probablemente incurra  en grave error, pues  por más estudios que haya realizado ese prójimo,  la condición de cuentista  sólo la puede otorgar  el hecho indiscutible de   escribir cuentos, escribirlos bien,  y publicarlos.

Creo que ese es el caso de Niurca Herrera, quien  en el umbral de su quinta  década lanza certeramente su primer libro de cuentos, publicación con la que obtiene  su  pase para  ingresar a la categoría de cuentista. 

Sus cuentos  hablan  por ella,  certifican que  es correcto  el juicio que se acaba de emitir, porque ha llenado las formalidades  requeridas.

 Son cuentos porque cuentan historias capaces de atrapar la atención del lector y  provocar en él emociones: iracundia,  hilaridad y hasta una complacencia libidinosa  con las narraciones de corte erótico.

Los cuentos de Niurca Herrera están  destinados a contarse, y probablemente quienes lo leerán no  puedan vencer  la tentación de referírselos a amigos y relacionados, porque estos cuentos dejan un regusto que  puede convertir a sus lectores en golosos de emociones. Pues ¿para qué sirve la obra de arte si no   despierta emociones?

En cada uno de sus  diecisiete    textos,   la autora  –además de contar-  retrata, caricaturiza, dibuja y desdibuja la realidad social dominicana contemporánea. Con asombroso poder de síntesis  acopla en estas breves narraciones los  temas humanos  de todos los tiempos  y culturas,  con las  particularidades  de la época  actual y el ambiente  en el que ella ha vivido.

Los personajes de “Salto al cuento” existían antes de que Niurca Herrera los  atrapara, deambulaban como almas errantes, pero ella los ha  recogido para dignificarlos, para exaltarlos  y conducirlos hacia su destino definitivo, y hacer con ellos lo que hizo Miguel de Cervantes con Alonso Quijano (Don Quijote)   y Sancho Panza, quienes desde hace cuatro siglos refulgen  con su propia energía, a contrapelo de interferencias  de  personas, personajes, mitos  o fantasmas.   

De carne, huesos, sentimientos y pasiones están  hechos  los personajes  de este libro. Su autora, aunque novel  en el oficio,  revela una  no común capacidad de observación  de la sociedad, y  aún más,  la palpable destreza para caracterizar a los sujetos de sus historias, conforme al plan que se ha trazado  en cada una.

El lector  no deberá   entonces extrañarse de encontrar   hombres recorridos de pasiones,   mujeres que comercian con su carne o sujetos perversos    que humillan y maltratan a su consorte hasta merecer una   pócima   de cicuta con sabor a café.

No se sorprenda  el lector si la malicia narrativa de Niurca Herrera le  despierta algún deleite morboso, incluso a las damas más puritanas,  cuando  cuenta la brevísima historia de cómo  chupar un mango banilejo.

Precisamente de Baní, el ambiente de Engracia y Antoñita, clásico de la novelística dominicana  que escribiera  Francisco Gregorio Billini, procede la autora, pero sus temas  vienen de cualquier punto del país, y algunos de más allá. 

Orgilegisutra, por ejemplo, es cuento  único, hasta por el título.  Es buena muestra del  manejo de la técnica narrativa y  de la capacidad  de la autora para  localizar temas  originales y extraños.

 Lo inverosímil en estos cuentos   representa realmente un símil de la  realidad, pero con la particularidad de que la autora le infunde el soplo de la trascendencia y en algunos de los cuentos, como es el caso de “La hora”  traspasa la órbita del realismo  para transitar la senda de la    metafísica.

Niurca Herrera es profesional en administración y dedicó sus años mozos  a la práctica del baloncesto, actividad en la que  escribió una  magnífica historia avalada por hechos y  cifras.

 Antes  se destacó empleando  brazos,  piernas, vivacidad  y la consiguiente dosis de rudeza. Ahora ha saltado a otra actividad en la que entran en juego mente, corazón y sensibilidad.

Escribir cuentos es puro ejercicio de inteligencia, no obstante  la pasión a que arrastra  el oficio. El cuento está sujeto a normas y hasta a dogmas que el cuentista  tiene  que conocer  y estar preparado para   aplicarlos y  para  violentarlos.

La autora de “Salto al cuento”   demuestra con este libro que se ha percatado de ello. Herrera  aprendió  a la perfección las sabias enseñanzas de Julio Ramón Ribeyro, cuentista peruano, quien afirma: “El cuento debe contar  una historia. No hay cuento sin historia.

El Nacional

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