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Del machismo dominicano

Del  machismo dominicano

Durante la década del cuarenta el hombre era una especie de monarca en los hogares dominicanos. Esto se debía, en gran medida, a que la mujer no se había incorporado al trabajo remunerado fuera del hogar, asumiendo con resignación su rol de ama de casa. En la cédula de la mayoría de la población femenina adulta aparecía en el renglón relativo a su ocupación la expresión quehaceres domésticos.

Durante mi infancia, en un hogar capitaleño de baja clase media, vi a mi madre afanar en la cocina bajo las altas temperaturas de anafes y calderos, o inclinada sobre la batea de los lavados y la tabla de planchar.

Para atenuar la dureza de esta labor mantenía encendida la radio, tarareando las canciones populares transmitidas a través de sus ondas, o escuchando sus novelas románticas.

El hombre de clase media casado, o involucrado en una relación consensual, generalmente vivía otros amoríos, casi siempre con la forzosa aceptación de la llamada mujer de entre casa.

Lo raro era que lograra con sus limitados ingresos sostener económicamente más de una mujer, muchas veces con descendencia numerosa.

Una amiga de la época decía que su madre frenaba con enérgico ademán a aquellos que se acercaban para hablarles sobre las aventuras callejeras amorosas de su pareja, con este argumento:
-La dignidad de la mujer consiste en no enterarse de lo que hace su marido cuando sale de su casa, en materia de tragos y de mujeres.

Las mujeres, independientemente de su clase social, aceptaban las variantes del machismo, tanto como esposa o amante principal, o desde una relación subalterna.

Estas últimas recibían la denominación de queridas o concubinas, términos de contenido relativamente peyorativos.
El hombre que mantenía una relación de fidelidad con su pareja sentimental era subestimado por sus parientes y relacionados del género masculino, acusado de permitir que su mujer lo domine.

El machazo criollo no lactaba a sus hijos recién nacidos con biberones, no cambiaba pañales, y era raro que los cargara.
Totalmente de espaldas a las tareas propias de la casa, su mayor hazaña en ese sentido consistía en utilizar los servicios de una trabajadora doméstica cuando mejoraba su situación económica.

El alivio de su pareja no era total, porque algunos de estos señores asediaban a estas empleadas, y cuando llegaban a sedu cirlas tenían encuentros con ellas en bares y hoteles, que a veces dejaban herederos.

Las mujeres que se rebelaban frente este sometimiento, acudían buscando apoyo ante sus padres, generalmente no lo encontraban, y más bien eran exhortadas por estos a aceptar esta especie de destino fatal.

Se debía a que los valores del machismo estaban profundamente enraizados en la sociedad dominicana.
A tal grado era así, que padres y madres se adscribían a la homofobia, originándose crisis hogareñas cuando alguno de sus hijos mostraba orientación sexual contra natura.

Ante la frecuente infidelidad masculina, la mujer estaba obligada a una lealtad incondicional, siendo castigada física o verbalmente frente a la mínima falta, que podía consistir en conversar con otro hombre.

Afortunadamente, han desaparecido o disminuido algunas de las características citadas del machismo dominicano, entre otras motivaciones, porque la mujer se ha incorporado al trabajo en entidades públicas y privadas.

Además, el macho de otrora ha ido dando paso al que ayuda a la compañera en el hogar, tanto en las tareas culinarias como de limpieza, y en la crianza de los hijos.

Lamentablemente cada día los medios de comunicación traen informaciones sobre feminicidios, siendo infructuosos gran parte de los esfuerzos que realizan especiales instituciones judiciales para enfrentarlos.

El Nacional

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