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Deporte Profundo

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Quiero ser justo con Busto
Conozco a Pepín Busto, como siempre le llamó doña Aura, desde una época hoy lejana que se remonta a mi niñez y su adolescencia avanzada cuando arribó desde su natal España y se integró al grupo de jovenzuelos que hacían de dependientes en el Colmado Nacional sito en la esquina de la Santomé
y Avenida Mella.

Acabábamos de regresar de Puerto Rico donde don Francisco había servido por cuatro años como Agregado de Prensa del Consulado Dominicano y montamos residencia cerca del faro del Fuerte San José donde el vigía observaba la periódica llegada del vapor Virginia de Churrucacargado de  inmigrantes españoles en busca de nuevos horizontes en una Ciudad Trujillo donde abundaban las casas de madera declaradas “Peligro Público” y la mayoría de sus habitantes se movían a pie.

A paso lento,una o dos veces al mes,Danny  y yo subíamos con mamá la empinada cuesta de San Lázaro para llegar hasta el negocio de los Cuesta, donde José el hoy zar de los Jumbo y CCN compartía mostrador con Pepín, libreta en mano y lápiz ajustado a sus orejas atendiendo a la numerosa clientela del popular establecimiento.

Allí puedo ver con venda transparente a un morenito de hirsuta cabellera color negro azabache elevado a las  alturas por los brazos del joven delgado que se le antojaba excesivamente blanco de piel y que complacido premiaba sus antojos de golosinas preferiblemente almendras y otras delicias ibéricas. El resto era aguardar en la casa la llegada de la bicicleta de canasto con la compra coronada por una tradicional “ñapa” consistente en una caja o lata de galletas dulces.
Años después, siendo Pepín y los demás hombres hechos y derechos, habitualmente nos encontrábamos en la playa de Boca Chica los domingos en la tarde. Ellos aprovechando el asueto y al timón de la guagua repartidora del colmado y los Comarazamy, con el fiel Ñego incluido, ya en un auto Cónsul amarillo pollito modelo 1959 que distribuían los Alfaro Ricart en la entonces
Dominican Motors.

Este relato extra deportivo lo traigo para dar a conocer mi estrecha relación con el personaje al que le está dedicado el actual torneo de béisbol profesional de reñida serie regular en reconocimiento a sus méritos como socio del Club Atlético Liceyy pasado presidente dueño de sobrados méritos
y protagonista de elocuentes éxitos.

Fue Busto, en mis habituales visitas al Supermercado Dominicano de su propiedad, ubicado entonces en la Lope de Vega y Gustavo Mejía Ricart, quien me convenció de que en el invierno de 2002 hiciera un viaje de regreso desde La Romana a mis viejas raíces del Licey de Monchín, Tancredo, Mimío, Federico, Ino y Chachá, pilares de una época en la que Pepín y José Manuel Fernández flotan aún como
recuerdos luminosos.

Desde la lejanía impuesta por las circunstancias de los impedimentos físicos, me complace saludarle con el mismo cariño pueril de aquella época aldeana y que permanece invariable luego de mucho más de medio siglo transcurrido entre confituras, rascacielos, copas y béisbol.

El Nacional

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