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Deporte Profundo

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La mujer del César
Hace muchos años que en una entrevista para un programa radial le preguntaron a Felipe Rojas Alou sobre cuándo la ciudad de Santo Domingo tendría capacidad para ser sede
de una franquicia de Grandes Ligas, y el conocido hombre de béisbol, de quien a lo mejor esperaban una respuesta complaciente, respondió con mucha naturalidad: “Oh, cuando Santo Domingo sea Grandes Ligas”.

La reacción de Felipe me hizo recordar entonces y todavía hoy a más de treinta años de aquel episodio la frase de Julio César indicando que “la mujer del César
no solo debe ser honrada, sino parecerlo”.

Este acontecimiento  lo traigo a la mesa a propósito del comportamiento de “chivos sin ley” -algunos arriesgando sus vidas y carreras- que observan muchos jugadores dominicanos de béisbol cuando
regresan al país luego de accionar en el verano en las ligas de los Estados Unidos.

No solo están documentados los casos de lamentables fatalidades, sino los más habituales de conducta desenfrenada en abierto desafío a las autoridades y las leyes existentes para el resto de los ciudadanos.
Los peloteros, y con ellos la caravana de adláteres y alcahuetes que acompañan a una gran mayoría, deben hacer conciencia de que no están por encima del ordenamiento  dentro del cual se mueven también médicos, maestros, ingenieros, abogados y otros profesionales liberales dentro del marco social.

Sus obligaciones y derechos son los mismos que para los demás ciudadanos que también disponen de tiempo  y recursos para divertirse y pasar tiempo solaz sin causar daños ni perturbaciones que afecten su buena fama.

No creo que en su sano juicio alguien se oponga a que estos, y cualquier otra persona con recursos disponibles, disfrute de su bonanza bien habida y hasta les tolera cierto tipo de ostentaciones atribuibles
a circunstancias que se les presentan inesperadas y con las que se les hace difícil lidiar.

No existe, por lo menos en mi ánimo, interés en fiscalizar la vida íntima de los atletas de béisbol de Grandes Ligas, ni tampoco convertirme en una especie de fiscal inquisidor con interés de conducir a la hoguera a los infractores de las leyes y los contratos.

Estas líneas más bien constituyen un alerta ante una situación recurrente que perjudica
a dichos atletas –muchos admirables por su desempeño productivo- y que al mismo tiempo causa irritación en el espectro social, como ha sucedido también con actores de otras ramas que por rango público se consideran liberados de la obediencia al contrato social al que se refirió Juan Jacobo Rosseau en el Siglo XVIII.

La vida está llena de espejismos que nublan la capacidad para distinguir lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto, sobre todo cuando merodean los amigos de ocasión que ejercen el rol de
diablillos de operetas.

Es por ello que el mejor consejo para esos muchachos está contenido en este mensaje anónimo que reza: “Para ser grande primero tienes que aprender a ser
pequeño. La humildad es la base de toda verdadera grandeza”.

El Nacional

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