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Derrocamiento de Aristide y el retorno de Leonel en la historia de una ley proscrita

Derrocamiento de Aristide y el retorno de Leonel en la historia de una ley proscrita

 

Faltando días para el cambio de gobierno, debió ser el 11 ó 12 de agosto de 2000, el presidente de la Cámara de Diputados, Alfredo Pacheco, me llamó a su despacho y me transmitió el siguiente mensaje: ” El presidente Mejía (Hipólito) quiere que la Ley de Migración sea aprobada en su gobierno, y quiere que se lo informe al presidente electo, Leonel Fernández, para que sea de consenso de todas las fuerzas políticas”. El Senado había aprobado el proyecto de ley a finales de julio de ese año.

Era para mí una feliz noticia. El presidente Mejía había asumido más de cuatro años antes, con el Comité Dominicano de Solidaridad Internacional con Haití, el compromiso de aprobar esa legislación y estaba dispuesto a cumplirlo.

Esa misma noche visité al presidente Fernández en la Fundación Global. Me dieron cita cerca de las 11 de la noche. Después de esperar unos minutos, me reuní con él y le transmití el mensaje que le enviaba el presidente Mejía, así como mi opinión personal.

“Creo que no podemos dilatar más la aprobación de ese proyecto. Tenemos muchos problemas en ese frente, y aunque para mi gusto hubiera preferido un proyecto más restrictivo, creo que lo que se ha logrado en el Senado es lo mejor dentro de lo posible.

Hay muchos sectores de las ONGs y del empresariado que quieren darle más largas y eso no conviene .Y, sin dudas, es mejor que la ley 95 vigente desde 1939”, le expresé con franqueza.

Sin embargo, me tome el cuidado de decirle “Pero no se lleve de lo que yo le diga. Dígame ¿a quién de su equipo le entrego el proyecto para que lo evalúe?” ; y me atreví a preguntar: “¿Se lo entregó a Euclides?”, porque su nombre se mencionaba como posible secretario de Interior y Policía. Sonrío entreviendo cierta malicia en mi pregunta, y me dijo: “Lléveselo a Abel”, refiriéndose al doctor Abel Rodríguez del Orbe.
Al otro día, bien temprano lo visité en su oficina frente al Parque Colón. De inmediato le dije lo que el Presidente electo me había indicado, y le dejé una copia. “Primo, esta ley es muy importante, evalúela y a menos que no haya una objeción fundamental, tenga presente que es necesario aprobarla sin más dilaciones y con gran consenso”, le expresé.

El día 15 de agosto en la mañana, la Cámara de Diputados estaba en sesión extraordinaria con una agenda muy cargada, como suelen ser esas sesiones de fin de gobierno.

El proyecto de ley estaba en agenda, pero Abel no me había llamado con su definición. Los voceros de todas las bancadas estaban pendientes de la misma. Le llamé y le pregunté. Me dijo que en líneas generales le parecía bien, aunque observaba algunos puntos débiles o confusos.

Le recordé que lo importante era saber si había alguna objeción sustancial de fondo para no aprobarlo, y me dijo que no. Así las cosas, se lo comuniqué al presidente Pacheco y a los voceros. Se declaró de urgencia, se liberó de trámites y se votó sin enmiendas por amplia mayoría.

En realidad, me quedé intrigado sobre las razones por la que el presidente Mejía estaba tan empeñado en esa aprobación bajo su mandato. Yo mismo había sido testigo, a la vez que crítico tenaz, de la decisión de su gobierno de buscar la adhesión al DR-CAFTA usando Haití como comodín de negociación, y advertí de los riesgos de hacerlo.

Tal vez, porque estaba consciente de las implicaciones de esa decisión de su gobierno, quiso equilibrar aportando un instrumento legislativo que le sirviera al país para encarar el complejo desafío de la creciente migración haitiana.

Quizás también ayude a entender esa posición un acontecimiento histórico poco conocido, pero que sin dudas tuvo implicaciones serias en las relaciones domínico-haitianas, en especial, en esa coyuntura y también en el futuro: el derrocamiento del gobierno de Jean Bertrand Aristide.

Faltando semanas para las elecciones presidenciales de mayo del 2004, me encontré en una recepción en el Museo de las Casas Reales con Guy Alexandre, el eficiente y cordial embajador haitiano, un sólido intelectual con muchos amigos dominicanos, quien falleció recientemente.

Cómo conocía mi objeción a la presencia en territorio nacional de Guy Philippe, ex comandante de la Policía Nacional de Haití, enemigo del Presidente Aristide, me abordó para trasmitirme una preocupación suya y de su gobierno: “Mi gobierno le hizo saber al presidente Mejía que Guy Philippe está conspirando desde el territorio dominicano para derrocarle, y le presentamos evidencias de que cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas.”

Me exhortó a hacer algo para impedir que se produjera una acción desestabilizadora que podía resultar muy peligrosa. Le reiteré que siempre me había opuesto al ingreso de Philippe, que no descartaba nada de lo que me decía, pero que no creía que esa acción se fuese a materializar sin la aprobación de los EUA, y que muy probablemente, ese plan era de su hechura.

Le recordé que el Presidente Mejía se había embarcado en la reelección contando con el apoyo norteamericano, que procuró con el envío de tropas dominicanas a la guerra de Irak.

 

El Nacional

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