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Desigualdad salarial lastre del desarrollo

Desigualdad salarial lastre del desarrollo

Gato Gordo, es un término que se utiliza para indicar la gran diferencia de salario que hay entre los ejecutivos de las empresas y los demás empleados. En la actualidad existe el Día del Gato Gordo, con el que se quiere crear conciencia sobre este gran problema de carácter mundial.

El Día del Gato Gordo representa la fecha en la que los directivos de las compañías ya han recibido más dinero que el salario de todo un año de un empleado normal. En el Reino Unido, esa injusticia social y económica sucedió a solo tres días laborables de haber empezado el año, es decir, el 4 de enero.

En materia de desigualdad salarial y, sin querer caer en la exageración o el humorismo coloquial, en nuestro país no se podría usar el término de gato, sino elefante porque aunque el dato del Reino Unido resulta impresionante, la situación de nosotros, América Latina y el Caribe es en realidad mucho peor.

República Dominicana ostenta el vergonzoso título de ser el país donde hay mayor diferencia de salario entre directivos y empleados en América Latina, seguido muy de cerca por Guatemala, Costa Rica y Perú respectivamente, basado en los datos de la compañía Korn Ferry International, cuya sede central está en California, Estados Unidos, pero con presencia en otros países, como Japón, por ejemplo. En nuestro país, el salario de un ejecutivo es 11.5 veces más alto que el de un empleado. Dicho en un lenguaje simple, para usted saber cuánto recibe su jefe, ese que siempre está vestido de traje pese al calor del día, ese que viene tarde, se va temprano y hace el trabajo menos pesado, multiplique su propio salario por 11.5 y obtendrá la sin duda amarga y desalentadora respuesta.

¿A dónde va el país con esa situación? ¿Qué estamos ganando con eso? Las respuestas a estas interrogantes me las dio no un economista ilustrado, sino un grupo de jóvenes estudiantes que trabajan en una cafetería en un sector céntrico de la capital un día que entré allí para leer un periódico, comer una rosquilla y tomar un café.

Durante los 50 minutos que yo estuve en ese lugar, estos chicos parecían que, en vez de estar trabajando, estaban experimentando con la primera ley de Newton sobre la inercia, pues se mantenían en reposo todo el tiempo sin hacer absolutamente nada. Como la avanzada edad le confiere a uno la posibilidad de hacer algunas preguntas sin recibir reproches, les pregunté la razón de su ocio.

“Pero señor, ¿y quién se va a matar trabajando con el salario que aquí nos pagan?” Me respondieron. En su respuesta está gran parte de la pobreza sostenida de nuestro país y de la ralentización de nuestro desarrollo económico.
La baja producción de nuestras empresas encuentra su nido en la negativa forma de pensamiento de los dueños y empleados y en los bajos salarios que reciben estos últimos.

Los dueños piensan en ganar lo más posible y pagar lo menos posible mientras que sus empleados, por su parte, apenas llegan al mínimo esfuerzo precisamente por su descontento salarial. Dentro de esa tesitura económica, el crecimiento es leve y eso explica por qué no estamos donde realmente deberíamos estar. Suiza, Estados Unidos y Luxemburgo fueron los países con mejor salario para sus empleados el año pasado y no es coincidencia, por tanto, que estén entre los más ricos del mundo.
Esa visión tradicional y paleolítica de nuestros empresarios de salarios bajos a sus empleados va realmente en su propio perjuicio.

Si un empleado cobra más dinero, tendrá más poder adquisitivo, gastará más y los empresarios obtendrían más ganancias, principio básico de economía, siempre y cuando se mantenga a raya la inflación. La clave es aumentar el salario a los empleados y exigirles, a cambio, una mayor producción.

El método, sin embargo, utilizado por nuestros gobernantes y empresarios para lidiar con el problema de los bajos salarios es algo que durante décadas ha ido desde lo infantil hasta lo absurdo. Cada vez que un sector (médicos, profesores, empleados públicos, etc.) reclama mejoría salarial ya sea quemando neumáticos o haciendo huelgas, recibe una promesa o un aumento que oscila entre el diez y el treinta por ciento.

El error está en que esos aumentos no reducen la desigualdad salarial porque en el sector público y privado se les aumentan el salario en porcentajes muy similares tanto a los que ganan salarios de miseria como a los altos ejecutivos, y lo único que se consigue con eso es mantener la misma brecha de disparidad salarial, un incremento de la inflación y nuevas huelgas en el futuro cercano.

La desigualdad salarial sólo sirve para que la gente trabaje al mínimo y sin esfuerzo o quiera simplemente emigrar del país.

Bajo esas condiciones, para poder sobrevivir aquí hay que ser beisbolista o político. Como no todos nosotros tenemos talento para lo primero, ni estamos dispuestos a subastar conciencias para lo segundo, quedamos a la espera de que el Gobierno y los empresarios trabajen en conjunto para resolver de una vez por todas el problema de los salarios de miseria del trabajador dominicano porque en lo que a “Gatos Gordos” se refiere, ya tenemos muchos y hasta callejeros.

 

El Nacional

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