Opinión

DETALLES

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Según Octavio Paz, los latinoamericanos  llegamos tarde a todas partes, peor aún, nacimos cuando ya era tarde en la historia. Somos “gente de las afueras”, moradores de los suburbios de la historia, dijo  el poeta. ¿Sera esa  circunstancia histórica la que nos  hace  “llegar”  a los hitos sociotécnicos  siempre con estridencia y sin orden, en peligroso tropel?

Esa perspectiva de Paz gira en mi cabeza al reflexionar sobre lo que está ocurriendo en el país con la expansión de centros de radioncologia.

Desde mediado del siglo pasado, la aplicación de radiaciones ionizantes para erradicar o controlar tumores cancerígenos  en los pacientes se hizo práctica común en las naciones más avanzadas.

En nuestro país, según el doctor Wilfredo Pichardo,  a finales de los anos 40 el doctor Paiewonsky inició la aplicación de rayos X de mediana energía para el tratamiento de tumores malignos.

Una década después, se introdujeron en el Instituto de Oncología (fundado por Heriberto Pieter) las fuentes de Radio-222, Cesio-137 y equipos de Cobalto-60 para la aplicación de distintas modalidades de radioterapia.

Sin embargo, después de ese auspicioso inicio, la radioterapia oncológica en el país sufrió un severo estancamiento que se prolongo por más de tres décadas. Estancamiento en la formación de personal, en la renovación de fuentes y equipos y en la elaboración de las normas y protocolos.

Ese virtual abandono de la radioterapia del cáncer contrastaba con la evolución integral de la oncología en Cuba, Puerto Rico, Panamá, México y otros países.

En esas naciones, se aplicaron planes nacionales de control del cáncer como el establecimiento de centros regionales especializados, así como programas para la formación de personal en oncología clínica, radioterapia y subespecialidades relacionadas; mientras, en la Republica Dominicana, pese a la creciente diseminación de la enfermedad, todavía no contamos con un programa de formación de especialistas en radioterapia, ni mucho menos de físicos médicos.

Entonces, el Estado debería tomar en cuenta que sin suficiente personal especializado y sin regulación efectiva, la expansión de una especialidad basada en radiaciones ionizantes  podría resultar tan peligrosa como la enfermedad.

El Nacional

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