A Dulce, Mecho, Valenme y Lucia Ventura.Maestras de corazón.
Siempre he destacado la bella coincidencia de que Juan Bosch naciera un 30 de junio, y que este día fuera consagrado, no en su nombre, “Día del Maestro”. Quiero tomar la fecha para recordarlo con amor y respeto, otros harán lo mismo, pero lamentablemente andarán cargados de hipocresía, sobre todo aquellos que, escudados en ser sus “alumnos predilectos”, sus más “arrojados estudiantes” hoy viven “vidas exitosas” muy alejadas de lo que fueran, precisamente, sus enseñanzas y sus principios que andaban muy lejos de la corrupción, la mentira, el engaño, el uso indebido de bienes públicos y el clientelismo.
Bosch era todo un manojo de dignidad, de decencia, pero algo que no se destaca, y que pudimos apreciar los que en cierto momento compartimos su intimidad, era esa gran humildad que le adornaba, un desprendimiento para las cosas materiales que dolía, sumado por un amor sin par a la humanidad. En su centenario gané un concurso al describir un episodio en el apartamento de la Nicolás Penson en que preparaba el desayuno con nosotros, los que en esos momentos amanecíamos con él en los días difíciles que sucedieron a la publicación del “Álbum de la corrupción” en 1981.
Hoy, “Día del Maestro”, dejemos de lado cualquier malquerencia y recordemos a Juan Emilio Bosch y Gaviño como lo que en esencia fue: un educador, un maestro.
A propósito de maestros, me dio infinito placer presentarle el manuscrito de este artículo (con el que se identificó), al profesor Carlos Arias, fundador y sostén tanto de la Escuela Cuba como del Club “Dr. Rafael Barias” en la barriada de Villa Consuelo, un fiel seguidor de Bosch, pero por sobre todas las cosas: un hombre bueno.
Este artículo se parió en la casa de Jicomé, Esperanza, donde precisamente viven cuatro hermosas mujeres, tres de ellas maestras consagradas a quienes les dediqué y con ellas a todos los maestros y maestras del país, éste trabajo de “algo más que salud”.
