Opinión

Dictadura dividida

Dictadura dividida

Dictadura dividida

 

El régimen peledeísta es una dictadura. No como la de Trujillo. Tampoco idéntica a la de Balaguer. Parecida a la del viejo PRI mexicano, pero más enclenque y vulnerable. Ella ha sido montada en el curso de la decadencia del partidismo tradicional y de la degradación institucional, acumulación de males y pérdida de credibilidad del sistema corroído por el neoliberalismo.

Consiste en un Estado dominado por un partido cuya élite conformó una Corporación con grandes negocios privados, con importantes medios de comunicación (que operan como una dictadura mediática perforada), con rígidos blindajes judiciales para la impunidad y fuertes controles en los mecanismos electorales.

Es una dictadura en la que las instituciones emanadas de una Constitución conservadora (diseñada para darle base sustantiva y crear mecanismos para su conformación) y en la que los poderes clásicos de la democracia representativa liberal y poderes fácticos, aparecen amarrados/as por el partido de gobierno y su cohollo político. Carente de una oposición relevante al interior del sistema, dado su eficaz política de soborno, división y apropiación de los demás partidos tradicionales.

En perspectiva es una dictadura amenazada por una incipiente democracia de calle, sistemáticamente bombardeada a través de brechas de opinión que perforan su control mediático, y crecientemente erosionada por un entorno plagado de insatisfacciones sociales en expansión.

Ahora dividida en dos facciones que pugnan por el dominio a su interior y el sabroso continuismo.

Una de ellas destilando malos olores por todos los poros, aunque todavía con capacidad de obstrucción y chantaje; lo que dificulta definiciones tempranas.

La otra, intentando el desbloqueo con el caso Félix Bautista y la colaboración de Quirino/CIA. Misión difícil, compleja y peligrosa, enrarecida con el ominoso avance de un movimiento neonazi (engendrado a base de haitianofobia), generador de seudonacionalismos violentos en ambas partes de la isla; sin que la política gubernamental, plagada de dualidades, logre revertirlos.

En el conflicto fabricado el linchamiento de Santiago marca un nefasto viraje hacia un pleito caótico entre dos Estados infectados de una alta dosis de seudo-patriotismos, que agitan y usan sectores fanatizados.

En ese contexto la ley o la no ley de partidos, y otras cosas parecidas, es pura distracción. Cháchara engañosa. La clave es otra: una nueva ruta, para desde los movimientos políticos-sociales en lucha, salir de la trampa institucional y reemplazar los seudo-nacionalismos por una apuesta a la liberación insular del yugo imperial estadounidense y del dominio de sendas lumpen burguesías locales y partidocracias corruptas y corruptoras, creando dos soberanías hermanadas.

El Nacional

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