Opinión

Difamación e injuria

Difamación e injuria

Difamación, de acuerdo al Código Penal, es la alegación o la imputación de un hecho que ataca el honor o la consideración de la persona o del cuerpo al cual se imputa. En cambio la injuria se refiere a cualquier expresión afrentosa o despectiva.

Mientras la difamación involucra la atribución o imputación de un hecho delictivo, en la injuria basta con dirigirse a alguien con un término peyorativo. “Ladrón” es ejemplo de difamación por referirse a un acontecimiento inmoral y condenado por las leyes dominicanas. Sin embargo, se incurre simplemente en injuria cuando se califica a una persona de “gallo loco o de baboso”.

Recuerdo las cátedras de Rafael Valera Benítez (que en paz descanse), a finales de la década de los 70, que se esforzaba en establecer la diferencia de ambos conceptos jurídicos, tipificados como delitos de prensa, por lo que los medios de comunicación de la época tenían una especie de colador, para evitar publicaciones comprometedoras, hasta que la Suprema Corte de Justicia sentó jurisprudencia al respecto.

Hay que aclarar, sin embargo, que cuando una persona acusa a otra de la comisión de un hecho delictuoso, aportando las pruebas correspondientes, en ese caso no hay difamación. Contrariamente, se trata de un aporte que se le hace a la sociedad dominicana. Y de forma particular a la justicia, poder que tiene la prerrogativa de hacer cumplir las leyes y sancionar los actos ilícitos.

Pero la situación de la sociedad es grave y los valores se invierten cuando observamos condena a la denuncia –para que nadie hable— y se presenta al denunciado como una víctima de la envidia y la maldad, “para manchar su nombre y, en algunos casos, “su carrera política”.

Los hechos pecaminosos, empero, no se circunscriben al sector público, arropa a toda la sociedad dominicana. La cantidad de jóvenes dedicados a la clonación de tarjetas y a otros fraudes electrónicos, para sólo citar un ejemplo, es enorme. Por suerte todavía quedan fiscales y jueces serios. No todo está perdido.

 

 

El Nacional

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