Opinión

Dinorah

Dinorah

Son las dos de la mañana y Dinorah ha salido con sigilo, con un grupo de mujeres, a pegar afiches de la campana electoral de las candidatas dominicanas en las primarias demócratas de este diez de septiembre.

Parece una adolescente a sus setenta años, porque la política es la sangre que corre por sus venas como el más poderoso de los energizantes.

Sonrío, pensando en ella, para quien no hay horas de trabajo,  y quien hereda de su experiencia gerencial bancaria una disciplina y organización envidiables.

La miro y me enternezco recordando los viejos tiempos en el Comité Pro Defensa de los Derechos Humanos, (porque los derechos humanos son una causa de lo mejor de la humanidad,  no una excusa para defender lo indefendible,  o ganar un salario), durante los setenta y ochenta, trabajando hasta altas horas de la noche en el periodiquito del Comité, o haciendo piquetes frente al Consulado Dominicano, cada vez que el padre de la democracia dominicana mandaba a matar a cualquiera de los aguerridos muchachos que le hacían oposición, o había que lograr que dejaran salir al hijo de Gladys Segarra.

Como ahora, Dinorah era el eje de la acción política comunitaria y el punto de referencia para todos los representantes de los Comités de derechos humanos que desde Nueva York intentaban influenciar la política norteamericana de derechos humanos en nuestros países, con el apoyo del Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos.

Con esos Comités conformamos una Coordinadora que centraba el trabajo de todos, independientemente de la nacionalidad, de acuerdo con la urgencia.  Por eso pasaron por nuestras casas compañeros de la Argentina, Uruguay, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chile, y por eso coauspiciamos en Nueva York los conciertos del grupo musical chileno Quilapayún, de Viglietti, quien estuvo varias veces en mi entonces casa, de Mercedes Sosa, de Expresión Joven, o del teatro de Norman Briski, uno de los más importantes actores del cine argentino.

 Eran los bellos y agitados tiempos de los 70,  cuando Nueva York vibraba con nuestras marchas y los grandes desfiles del movimiento independentista puertorriqueño, cuyas banderas podían cubrir varias cuadras.

En esas marchas, en esas reuniones, enarbolando nuestra bandera, lo mejor de la solidaridad dominicana, estaba Dinorah, espontanea, generosa, en ese entonces amiga personal de Peña Gómez, dirigente de un PRD que hoy agoniza, aunque ella mantiene que el pueblo dominicano es una caja de sorpresas y siempre sabe qué hacer cuando llega el momento de ajustar cuentas.

En medio de ese pueblo, aquí o allá, de algo estoy segura, y es que ella estará como Julia de Burgos, con la antorcha en la mano.

El Nacional

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