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Disparos

Disparos

Detesto escribir en primera persona, darme coba, pero hay momentos en la vida que se requiere dar un paso al frente, echar el pleito, hacerle saber a los que se creen ser dueños absolutos de la honradez, que están muy equivocados.

Que el sol sale para todos, en todos los aspectos de la vida, bueno y malo, pero uno tiene la oportunidad de escoger el camino que desea transitar.

Yo puedo afirmar que escogí el verdadero camino bueno.

Tengo la certeza que nadie, absolutamente nadie, puede señalarme como un periodista corrupto, que  he cambiado una noticia por un anuncio publicitario y/o por otros de los tantos trucos que usan ciertos “comunicadores” en el área del deporte.

Cuando me inicié en la profesión en 1981, tuve la suerte de que las primeras orientaciones las recibí de dos excelentes profesionales, y sobre todo, de dos seres humanos que han sido un templo de honestidad durante toda su vida.

Me refiero al licenciado Juan Bolívar Díaz y a Heriberto Morrison, director y editor deportivo de El Nuevo Diario, respectivamente, para esa época.

Eso me sirvió de base para fortalecer mi conducta, que de por sí había transitado una historia sin tropiezos, gracias a la correcta orientación de mi familia en Gurabo, Santiago.

Tener esos  dos robles de la comunicación social y de la moral y a mi familia como guías, sin lugar a equívocos, me sirvieron para indicarme el camino que debía recorrer en la crónica deportiva.

 Hoy, 30 años después, puedo decir con orgullo, que no me he doblegado ante el maldito flagelo de la payola, que reitero, carcome los cimientos mismos de la prensa deportiva nacional.

Vivo dentro de ese pantano y no me he enlodado y juro que nunca lo haré. Seguiré de cara al sol, transparente como siempre, denunciando todo lo malo del deporte, claro, hasta que mis jefes me lo permitan.

El Nacional

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