Opinión

Dos temas

Dos temas

1. Manolo
El asesinato de Manolo Tavárez Justo fue el arribo a una catarsis que se extendió hasta la Revolución de Abril. Manolo fue una esperanza, una recapitulación, una verdadera síntesis de lo que ambicionábamos para el país. Creo, estoy seguro, que su muerte representó la pérdida de una esperanza que se transformó en una efímera utopía durante los últimos meses de abril, y que se desplomó inmisericordemente con el arribo de Balaguer al poder, en 1966.

En mi novela “Currículum (El síndrome de la visa)” expliqué lo que fue abril para mi generación y en “Guerrilla nuestra de cada día” (creo que muy mal leída) lo que constituyó el trauma causado por el asesinato de Manolo.

Es una verdadera lástima que las nuevas generaciones no escuchen hablar más a menudo de Manolo, de lo que fundó y de su heroísmo, un legado que la indiferencia gubernamental tiende a devorar. Y ese es, precisamente, uno de los daños que infligió Balaguer al país: la sepultura del valor, del patriotismo, de la vergüenza nacional, que está convirtiéndose ahora en una bola de nieve que comienza a engullir los límites que separan los valores de las desvergüenzas. Si esta tragedia no se enmienda a tiempo arropará todos los estamentos del país (si no lo ha hecho ya).

De ocurrir esto, la corrupción y su aliada esencial, la impunidad, se convertirán en arquetipos ominosos y entrarán en nuestro inconsciente colectivo, formado ya por esos mitos, relatos, sincretismos y metáforas que han nutrido de manera infausta nuestra historia.

2. ¿Qué es un crítico?

Sería bueno averiguar lo que debe ser un crítico. En sus “Refutaciones sofísticas sobre los géneros argumentales”, Aristóteles señaló cuatro elementos básicos que el intérprete del texto debía tener en cuenta: lo didáctico, lo dialéctico, lo crítico y lo erístico. Y me refiero a lo señalado por Aristóteles, porque éste fue el primero en abordar y definir los componentes de la trama en el poema trágico, para poder apreciar su estructura, lo que para Derrida, hoy, es la “profundización en la misteriosa variedad que existe entre la palabra y sus significados, en ese potencial incierto de sus diferenciaciones semánticas” (Derrida: La dissemination, 1975).

A excepción de Diógenes Céspedes, Manuel Núñez, Manuel Matos Moquete y Manuel García Cartagena, ¿quiénes en el país se insertan en el texto superando, inclusive, el ámbito del sentido metafísico que, para el propio Derrida, subsume las palabras y los significados verbales en ese acto que él llama “écriture” y cuyo producto no es un ser esencial, sino la línea a seguir, la exploración consecuente?

Los productores miméticos dominicanos, sobre todo los dedicados a la creación de textos, deben desconfiar de aquellos “críticos” que, quedándose en las ramas, en la piel argumental, exploran la escritura desde la oposición bueno-malo como correspondencia de lo moral, obviando lo que antagoniza al continuo-discontinuo del propio texto, aquello que para Meschonnic “funda una poética transformadora de lenguaje” (Meschonnic: “Manifiesto por un partido del ritmo”, 2006).

El Nacional

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