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ESCRITOR RUSO

ESCRITOR  RUSO

Dostoievski,  un genio entre  la pobreza

 

Uno de los cerebros más lúcidos de Rusia, Fedor Dostoievski, se pasó casi toda su vida literaria escribiendo a la carrera por encargo para periódicos y revistas, como si fuese “bajo la amenaza del látigo”, pese a que estaba convencido, y así se lo hizo saber a su sobrina, que si escribiera una novela de dos a tres años “se hablaría aún pasado un siglo”.
Y así fue. El ocho de noviembre de 1880, le escribió a A. Liubimov diciéndole: “¡Ea! Ya terminé mi labor. He trabajo en ella tres años…”. Se refería a una de sus mayores novelas Los Hermanos Kamarasov. Dos meses después fallece a los 61 años, tras sufrir dos enfermedades que le agriaron la vida: epilepsia y hemorroides.
Trabajando día y noche enviaba a la revista El Mensajero Ruso seis pliegos mensualmente de su literatura para poder comer, pero estaba consciente que una novela es una obra poética, y se necesita tranquilidad de espíritu y fantasía para darle altura. “Pero a mí me acosan los acreedores; me amenazan para encarcelarme”.
Dostoievski, quien era un socialista utópico en su juventud, lo que provocó su arresto y condena a cuatro años de cárcel, buscaba en el hombre al hombre y negaba ser psicólogo, como le tildara el pueblo ruso, y decía: “sólo soy realista en el sentido superior, es decir, muestro todas las honduras del alma humana”.
En su novela El adolescente Dostoievski escribe: “Hay niños que desde la infancia reflexionan ya sobre su familia, que desde la infancia se sienten humillados por el cuadro que le ofrece su padre…”
Tras renunciar como ingeniero a los 23 años se dedicó a leer apasionadamente a Gogol, Pushkin, Víctor Hugo, Balzac y Flaubert y a esa edad escribió su primera novela “Pobres Gentes”, de la cual sentía desconfianza y duda llevarle su manuscrito a un crítico para que opinara sobre ella.
Fue el crítico Bielinski quien leyó dicha obra y de inmediato mandó a buscar a Dostoievski, el cual abrumado pensaba que se burlará de su “Pobres gentes”, sin embargo lo que dijo fue:”! A usted se le ha revelado la verdad, como artista que es; ha venido al mundo con ese don…séale fiel, y llegará a ser un gran artista!”
En la década de 1860, tras las muertes de su primera esposa y su hermano, y afectado de graves problemas de salud, alcoholismo, pasión por el juego, la pobreza y las deudas, escribió en ese lapso una de las más extraordinarias novelas de todos los tiempos: “Crimen y castigo”.
Cayó en el primer plano de la literatura cuando escribe su novela Apuntes de la casa de los muertos, donde aparecerá todo el horror de las prisiones zaristas, lo que ocasionó conmoción en el pueblo ruso.
Cuando escribía dicha novela Dostoievski le envió una carta al director de la revista El Mensajero Ruso, Mijail Nikiforovich, pidiéndole ayuda para que le adelantara el pago de la entrega de su trabajo.
Nadie se imaginaría a Dostoievski empeñando su ropa en una compraventa, pero así se lo dice él a Nikiforovich en dicha correspondencia.
Este genio de la literatura y periodista militante le decía a sus críticos: “No persigo honores, ni los acepto, y no es en verdad mi intención treparme a las estrellas para orientarme”.
Sostenía que la cultura excesiva no siempre es cultura verdadera o justa. La verdadera cultura no es sólo enemiga de la vida, sino que está siempre de acuerdo con ella, ofreciéndole nuevas revelaciones que descubre en la misma vida.
Como periodista militante caminaba a pie por la avenida Pevski Prospek, en Petersburgo, y le gustaba fijarse en algunos transeúntes, estudiar sus fisonomía? y tratar de adivinar qué son, como viven, en qué se ocupan y qué es lo que en aquel momento les interesa.
En su diario vivir corría para aquí y para allá en busca de alguien que le prestara un kopek, pero además de esa pobreza extrema decía que su cabeza y su corazón lo tenían destrozado debido a los tormentos de la epilepsia y las hemorroides.
Dostoievski, siempre se quejaba de que sus cuentas se habían ido abajo y que no sabría cómo vivir porque para terminar una novela tenía que estar sentado diariamente por lo menos ocho horas, y en ocasiones los ataques epilépticos lo acostaban por varias semanas.
Concluimos en que Dostoievski no conocía la pedantería ni la jactancia y por eso le decía a su sobrina Sofía A. Ivanovjmirov: “consulte usted su conciencia y los recuerdos que tiene de mí y dígame si alguna vez me he alabado”.

El Nacional

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