Opinión

Duarte

Duarte

Hace muchos años que escribí (a raíz de una exposición de grabados sobre Duarte de uno de los mayores duartianos que he conocido, Frank Almanzar), un articulo celebrando la existencia de una iconografía duartiana que variaba en cada región.  He visto Duartes chinos, mulatos, rubios con ojos azules, pelo largo, pelo corto, y uno con ricitos hacia arriba y una corbata blanca que nunca ha figurado en sus fotografías.

A diferencia de José Martí, que es el mismo en toda Cuba porque el Ministerio de Educación suplió con su busto todas las escuelas del país, y en todas, al iniciar el día, se le rinde homenaje, los  pueblos del interior y hasta los barrios de la capital, se la han tenido que ingeniar para recordar a Duarte como puedan hacerlo.  En esas imágenes abunda mucho la ternura,  por lo que he celebrado  sus iniciativas, deseando que para el Bicentenario de Duarte, para el cual  faltan exactamente dos años, se manufacturen suficientes  bustos como para poblar el país, y se publiquen suficientes biografías populares e ilustradas para que todo el mundo conozca la triste historia de este héroe  fundador de la patria.  Un héroe que además fue poeta, padre del teatro dominicano,  y músico, ya que tocaba la guitarra, el piano y la flauta. 

Otra lectura demostraría la existencia de un hombre ferviente en su creencia de la democracia  que vio en puesta en práctica a su paso por Francia durante la Revolución de Julio, y que firme en sus ideales,  se negó a ser investido como presidente cada vez que sus compañeros intentaron postularlo o repostularlo, argumentando que solo aceptaría ser presidente “si votara por el la mayoría del pueblo dominicano”.

Atrapado entre el afecto por cierta elite haitiana (su profesor de francés fue el haitiano Auguste Brouard); los  ideales de la Revolución Haitiana (de abolición de la esclavitud, igualdad y libertad), que lo llevaron a apoyar al movimiento revolucionario haitiano denominado La Reforma que derrocó a Boyer en febrero de 1843, colocando a Charles Herard en la presidencia de Haití;  y sus orígenes como hijo de un prospero comerciante español y una descendiente de españoles, Duarte sería víctima de sus propias contradicciones y la bruta claridad de Stalines locales como Santana, terrateniente de ese otro aún hoy atrasado país que es el Seybo.

El Duarte que voy descubriendo es un artista, no un patán.  Es un poeta no un terrateniente, ni un comerciante; es alguien que evitó por todos los medios la guerra civil (como don Juan), para después ver impotente como de todos modos era derramada la sangre de los inocentes.

Es a ese Duarte al que hay que rescatar y hay que revivir.  Lo otro es  manipulación coyuntural, y negación de su legado,  que no es de velas sino de luces.

El Nacional

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