Editorial

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El otro ciclón.-

Hasta al más desaprensivo de los ciudadanos se les pondrían los pelos de punta con solo imaginar el nivel de destrucción o desastres que hubiese sufrido República Dominicana en caso de que el huracán Irma variara su trayecto hacia tierra adentro como ocurrió en la isla de San Martín.

Se dice que la suerte es una categoría histórica que siempre debe invocarse, cuando no es posible lidiar con una realidad potencialmente catastrófica, como sería el paso de un huracán con vientos de 295 kilómetros por hora o la ocurrencia de terremotos como los que asolaron a Haití y México.

Es por eso que la prevención se convierte en el principal activo de cualquier sociedad con vocación de organizarse y crecer, máxime si en términos geográficos su territorio figura colocado en el trayecto de ciclones o si sus placas tectónicas se mueven para generar un seísmo.

Los dominicanos acostumbran a despedir con pañuelo blanco a un ciclón, sin percatarse que otro ya se avizora en el horizonte, como también reciben con jolgorio un leve temblor de tierra, sin entender lo que puede ocurrir cuando la corteza terrestre se resiente.

No es posible que un país pueda colocarse a las puertas del desarrollo, si sus súbditos se acostumbran a vivir con lo comido por lo servido o a endosar su futuro a la suerte, como si la Virgen de la Altagracia estuviese obligada a trabajar día y noche.

Consolidar el ahorro público y familiar constituye una infalible forma de prevención para mitigar desastres o acelerar la velocidad hacia el anhelado estadio de crecimiento sostenido y desarrollo consolidado, porque la prosperidad se financia con lo que se guarda, no con lo que sobra.

La corrupción, impunidad, evasión, elusión, ambición desmedida e insensatez política o corporativa pueden causar daños a una sociedad iguales o mayores que los de un huracán o terremoto, por lo que se requiere que en el protocolo de previsión se incluya la promoción de justicia y transparencia.

El riesgo de un ciclón o de un seísmo se erige como preocupación permanente que obliga a estar preparados para prevenir o afrontar posibles daños, pero los dominicanos deben también estar alerta ante la eventualidad de que algún huracán político, económico o social agriete la endeble estructura de la democracia.

El Nacional

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