A medida que se acerca la juramentación de Donald Trump como presidente de Estados Unidos (el viernes 20), más crece el pánico en muchas naciones y en los mercados internacionales. Y hasta entre los propios estadounidenses, que desde ya, según una encuesta, desaprueban de sus actuaciones. Con el torbellino que ha generado el magnate en plena transición, el nerviosismo parece más que justificado.

En lugar de rebajar, Trump se ha ocupado de amplificar el miedo que sembró durante el proceso electoral con sus medidas proteccionistas. En prevención a sus reiteradas amenazas arancelarias, la industria automotriz estadounidense ha cancelado inversiones millonarias que había anunciado en México.

El magnate ha roto todos los parámetros. Aunque perdió en voto popular con una diferencia de 2,9 millones de sufragios, ningún presidente electo había alcanzado una desaprobación mayoritaria (en su caso el 51%) en víspera de instalarse en el poder. En 2001, según la encuesta de la firma Gallup, George W. Bush tenía a su favor un 61%.

Trump ha fomentado el temor en los inmigrantes, los mercados, la diplomacia y sobre los tratados internacionales y de libre comercio suscritos por Estados Unidos. Otros factores que han incrementado la incertidumbre son las contradicciones y la propensión del próximo gobernante para pelearse con todo el que critique sus acciones, como acaba de ocurrir con la laureada actriz Meryl Streep.

Los muchos frentes que se ha creado el magnate no dejan de causar inquietud, habida cuenta de que Estados Unidos es la primera potencia económica mundial. Si Trump no modifica su estilo y se aviene a la diplomacia y al diálogo, la inestabilidad social y financiera, como ocurre en México, podía ser común a muchas naciones.

Si no cambia, el camino trazado por el próximo mandatario estadounidense es para preocuparse. Porque no luce nada bueno para la región y el mundo.