Opinión

Ejercer o perder el poder

Ejercer o perder el poder

El líder, como el padre, provee. Rasgo distintivo que le da un sitial señero, que suele perder por ausencia, delegación o arrebato. Para el caso, es lo mismo. Administrar es dar y quitar. De ahí que sea una verdad de a puño aquello de que cuando se tiene no se presta ni se delega. El rey Lear, defraudado por dos de sus hijas, trae un mar de enseñanzas shakesperianas al respecto. Se tienen aliados, no incondicionales.

Una colosal comodidad, vagancia, exceso de confianza y entrega total a la vida contemplativa plagada de retóricas y molicie degeneran en incapacidad para dirigir y gobernar. Pierdes así el liderazgo que la ocasión te facilita. La gracia inherente a cada individuo nace con él, es parte de su personalidad. Aún lo innato requiere el cuidado del padre para el pleno desarrollo de las potencialidades que guarda cada hijo. Los atributos que la educación doméstica, primaria y formación académica o empírica nos facilitan se multiplican con el talento y la dedicación constante.

Todo esto, dicho en pocas palabras, explica el éxito o fracaso de cada individuo, en la política, en los negocios, profesional, en fin. La vida te ofrece, por cosas del destino y de la suerte, una o dos oportunidades. Las pierdes o dejas pasar, y no regresan. Dicen que las pintan calvas y se toman por los pelos. Cuando te vas las pierdes, como decir “el que se fue pa’villa perdió su silla”.

Lo peor es descuidarse y fiarse demasiado en el uso del poder, es decir, el ejercicio pasajero de una función pública o privada. El arrebato siempre latente, anima deslealtades y asechanzas. “El ‘viceDios’ es ateo”, advierte Benedetti. Relegar bajas y medianas pociones, en procura de un campo de acción superior, es uno de los grandes errores en los que incurren algunos políticos y hombres de negocio con elevadas aspiraciones.

Todo ejercicio, por pequeño que parezca, es apenas un laboratorio, un aprendizaje para futuras responsabilidades. La administración es, en esencia, la misma a todos los niveles. Si eres bueno en pequeño, también lo serás en lo grande. Y el tiempo que se va no vuelve. (Prometo continuar este tema con otro artículo titulado Dos gallos).

El Nacional

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