Semana

El ánimo de Jesús

El ánimo de Jesús

RAFAEL PERALTA ROMERO

Jesús había estado pocas veces en Jerusalén, que era el centro del poder político y religioso de Israel. Creció en Nazaret e inició su predicación en Cafarnaúm; a la orilla del mar de Galilea captó sus primeros discípulos y anduvo todos los pueblos de esa región divulgando su nueva doctrina.

Quiso hacer una demostración en la Ciudad Santa, pero cuando esto ocurrió, su relación con las autoridades andaba muy mal: era mal visto por los judíos –su propia gente- y por los agentes del imperio romano, que dominaba el territorio israelita. Temían por el fervor que la gente mostraba hacia el Nazareno.

En su periplo hacia Jerusalén se detuvo en Betania, pues el viaje había sido largo. Allí tenía amigos, entre ellos Marta y María, a cuyo hermano Lázaro había resucitado. En la casa de Simón el leproso reiteró el anuncio de su muerte, a propósito de que una seguidora derramara sobre él un frasco de ungüento perfumado. Como los discípulos, alegando motivos económicos, reprocharan la acción de la mujer, el Maestro los contradijo diciendo: “Ha hecho lo que ha podido, anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura”. (Mc 14, 8-9).

Juan, uno de los discípulos de más confianza, relata en el cuarto Evangelio que la escena de la unción ocurrió en la casa de Marta y María y que esta última fue quien derramó el perfume sobre Jesús, además de que fue Judas el discípulo que protestó por el presunto dispendio de recursos.

Antes de esto, entró a Jerusalén en medio de una algarabía y una multitud que lo aclamaba: “Hosanna al hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”. Visita el templo, profetiza su destrucción, desde la altura contempla la ciudad y llora.

En el templo mismo tiene una manifestación enérgica: expulsa a los cambistas de monedas y vendedores. Se vendían palomas para el sacrificio y al acudir allí gente de distintas procedencias, se requería cambio de dinero para efectuar las transacciones.
Los evangelistas narran la unción en Betania después de la entrada a Jerusalén, lo cual es indicio claro de que Jesús no pernoctaba en esa ciudad, sino en Betania. Desde días antes, Jesús anduvo muy conturbado.

Varias actitudes suyas demuestran que sobre su naturaleza humana se cernían pesares y temores.
En esas circunstancias es que recomienda a sus discípulos que se provean de bolsas y alforjas y que vendan su manto para comprar espadas. Se ha interpretado que esto fue dicho en lenguaje figurado, pero cuando uno de los discípulos respondió que tenían dos espadas, agregó: “Es bastante”.

La celebración de la Pascua, rito insoslayable para los judíos, fue también motivo de preocupación para Jesús. Tenía un lugar secreto para ello. ¿En qué momento arregló ese asunto? Lo manejó con tal reserva que los apóstoles no sabían nada. De ahí que le preguntaran que dónde sería y qué hacer para lograrlo.
Tres de los evangelistas refieren que envió una misión a una vivienda sin decir el nombre del dueño. Mateo, incluso, lo nombra como “Fulano”. Jesús no tenía muchos amigos en Jerusalén pero –es curioso- sabía, según el relato de Marcos, (Mc 14, 12-16) que la sala que le mostraría a sus enviados el dueño de la casa sería “alta, grande, alfombrada, pronta”.

Le prestaron un aposento del segundo nivel de la casa. ¿Sería esto también una medida de seguridad? ¿Por qué el propietario del inmueble no se unió a celebrar con Jesús y sus discípulos? Quizá resultaba riesgoso juntarse con ese profeta rebelde, mal visto por los poderosos.

Otro elemento. Según la ley judía, donde se celebraba la cena de Pascua se habría de pasar la noche. “La asarás y la comerás en el lugar en que Yavé, tu Dios elija, y de allí te volverás a la mañana siguiente para irte a tus tiendas” (Deut 16, 7). ¿Podía Jesús, con doce acompañantes, permanecer aquella noche en una casa ajena?
Después de la cena, cuyo menú se presume cordero asado, pan sin levadura, lechuga amarga y unas copas de vino, marchó con su séquito hacia el huerto de Getsemaní, en el monte de los Olivos.

“Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”, dijo a los doce, o mejor a los once. Pero también le pidió al Padre: “Si es posible pase de mí este cáliz…”. Mientras él oraba, los apóstoles dormían y uno de ellos negociaba con las autoridades la entrega del Maestro.

Lucas agrega un detalle en la narración de este momento: “Lleno de angustia, oraba con más instancia; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”. La tensión era obvia.

Su paso por Jerusalén, en tránsito hacia la muerte, marcó a Jesús como ser humano. Me luce forzoso considerar “triunfal” la llegada a esa ciudad. Su naturaleza divina habría de revelarse con la resurrección.

El Nacional

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