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El arte de regalar en Navidad

El arte de regalar en Navidad

Como arte que es, el regalar deberá proporcionar tanto placer a quien ofrece como a quien recibe. El contenido del regalo no se limita al valor material o la utilidad del mismo, sino que encierra otros aspectos verdaderamente valiosos y dignos de tomar en  cuenta. Cuando un objeto, costoso o económico, grande o pequeño, llega a nuestras manos en vistosa envoltura, a quien lo envió no sólo costó dinero, sino esfuerzo, tiempo, ilusión.

Regalar de buena gana se goza. No hay persona tan tacaña que no disfrute hacer un regalo cuando realmente lo desea. Como todo arte, regalar es un gozo y debe realizarse con gusto y por el gusto. De lo contrario, es un sufrimiento, al menos para quien es llevado como lechoncito en Nochebuena a cumplir con un encargo. A propósito del tiempo de Navidad, disfrute regalar, pero evite los estreses del regalo impuesto.

Una persona puede pasar semana, y hasta meses, preparándose para regalar a un ser querido a propósito de una ocasión especial. En las personas de escasos recursos constituye una verdadera hazaña lograr el artículo deseado para el momento deseado. Pero quien regala vivirá una auténtica emoción, nacida del fondo de su alma.

El amor origina, en ocasiones, un egoísmo sano. Se manifiesta en el deleite que experimenta quien dispensó un regalo, escogido a su gusto y manera, con ver al agasajado usar el objeto de que se trate y manifestar que la cosa le ha agradado y hasta que lo necesitaba. De hecho, se ha establecido como descortesía no abrir el paquete en presencia del obsequiante.

Regalar es un placer, pero se requiere de libertad y buen ánimo para disfrutarlo. El regalo compelido se torna en tortura y causa de afligimiento, y muy justo y lógico es que la gente se defienda de él. Todo lo que causa pesadumbre debe ser evitado, porque menoscaba la calidad de vida. A veces damos con todo gusto un determinado objeto y sentimos aprensión al dar a esa misma persona otra cosa de menor valor, porque esa persona lo ha solicitado o tal vez lo haya impuesto.

Regalar es un gozo, pero quien lo hace necesita condiciones para ello. No sólo poder adquisitivo, sino disposición emocional para disfrutar el acto. Resultan necias y quizás no lo saben  las personas que imponen al otro la compra de algo. Separan, incluso, joyas o prendas de vestir para que la otra persona pase a pagar.

Se atreven, aún más, a pedir al amigo, enamorado o relacionado el retirarle un encargo en una tienda y al llegar a la misma éste se entera que la mercancía no ha sido pagada cuando le preguntan ¿efectivo o tarjeta? La víctima procede a erogar el valor correspondiente ocultando el rubor. Así lo entrega al beneficiario p beneficiaria, que lo recibe alegremente.

El regalo debería contener siempre el elemento sorpresa junto a la espontaneidad de quien lo hace, y cuando no sea así, debería recibir otro nombre, pero regalo. La insensatez de exigir, demandar, señalar o llevar a alguien a que le regale le quita a la acción todo el componente de suspenso y de ilusión que le ha de ser inherente. El regalo obligado genera desilusión y a veces degenera en agresión.

Dar no es regalar. Lo primero puede ser obra de piedad o compromiso social. Se da hasta lo que no se necesita. Damos las corbatas fuera de moda, la falda o el pantalón que nos queda chico. Pero nunca envueltos en papel de regalo, tal vez en bolsas preusadas de supermercado. En ocasiones, se da también lo que estorba, lo que no tiene espacio en nuestra casa. El regalo es diferente, se regala por gusto, por disfrute.

Ha ocurrido que la persona que acaba de pagar un regalo sea tildada de tacaña por el beneficiario o beneficiaria. Ocurre que el festejado o festejada quería algo más de lo recibido, a lo que el donante, en presencia de un empleado del comercio, se vio precisado a rehuir, porque contrariaba su voluntad o su presupuesto.

Es una reacción válida ante el abuso. Es su defensa, y torpe sería quien no lo rechace y prefiera tragar el tormento por temor a causar molestia a quien lo ha llevado a una tienda como cerdo para el matadero. La grosería la ejerce quien impone sus gustos y caprichos a los bolsillos de otro. Del regalo obligado, procede defenderse.

Algunas personas se irrespetan a sí mismas cuando entran a una oficina pidiendo los objetos que adornan la misma o las cosas personales que el incumbente guarda. Lo mismo que cuando toman una “bola” en el auto de un amigo o amiga y de inmediato requieren para sí lo que esta persona ha dejado en los asientos para uso posterior.

Quizás resulten menos crueles quienes al casarse imponen una lista de regalos a los invitados, para que éstos escojan. En este caso el gozo de regalar está regulado por una relación de compromiso y quien regala tiene limitada su inspiración al ceñirse a la lista en cuestión, colocada en un establecimiento específico, donde tiene que acudir el invitado, sin importar el lugar de su residencia y la distancia a que se encuentre.

El Nacional

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