Opinión

El Bulevar de la vida

El Bulevar de la vida

Cada día, los dominicanos descargamos nuestra ira contra políticos corruptos y empresarios evasores, contra gobiernos similares y entrometidas embajadas.

Cada mañana, en la oficina, la columna o la televisión, nos sentimos tentados a juzgar a los demás, y denunciamos al AMET que abusa, al sindicalista que chantajea, quema damas e invade, al policía que asalta, al gobierno que olvida, al partido que avergüenza, e insinuamos, juzgamos, decimos, maldecimos.

Nos horrorizamos de tanta patria en bandolera, y somos duros, cáusticos, punzantes, corrosivos, y terribles como los imperios, malditos como el amor desolado.

Y y juzgamos a todos, desde la guardia a la Policía, desde la iglesia al FALPO, al CONEP, o incluso a las muchachas de ANJE (que es un exceso.)

Nos quejamos de la inseguridad, el robo, la evasión, la corrupción desmadrada, y volvemos a juzgar y nos olvidamos de nosotros mismos. 

Olvidamos que dejamos sin amor a los “viejos” en la casa materna, que las Paola estuvieron todo el güiquén sin librería, helados, y sin “besos del Pá”, porque había que terminar un texto, conceder una entrevista, afinar un proyecto de comunicación, y había dos programas por grabar, un informe político que presentar.

De tanto juzgar a los demás, olvidamos lo principal: juzgarnos a nosotros mismos, primero. Olvidamos a Confucio: “Nunca juzgues a un hombre sin antes haberte puesto en su lugar”.

Olvidamos, cómo humillamos a la joven que nos asiste en los asuntos domésticos, irrespetamos la dignidad del humilde ciudadano que conduce nuestro vehículo y resuelve mil asuntos, no saludamos al vecino, maltratamos subalternos, violamos semáforos, nos colamos en las filas, y cuando Dios, la empresa o un gobierno nos otorga una pequeña cuota de poder, nos transformamos en demonios del insulto y la arrogancia, “Trujillito en potecito”, y somos incapaces de amar –apenas de poseer-, y olvidamos la verdad y su espejo roto, enterramos la humildad como un féretro sin sepulturero.

Pienso ahora, cuando se niega a salir el sol y me acosan mis personales fantasmas, cuánta revolución habría hecho nuestra generación, si nuestra lucha primera no hubiese sido por cambiar el mundo sino prepararnos para que el mundo no nos cambiara a nosotros.

Cuánto habríamos logrado si nuestra lucha primera no hubiera sido transformar una sociedad o mejorar abstractas instituciones, sino luchar y esforzarnos por ser cada día mejores seres humanos.

En fin, que mi generación, de tanto leer a Marx,olvidó a Krishnamurti, que con mucho gusto nos habría enseñado que la primera revolución es revolucionarse.

El Nacional

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