Opinión

El bulevar de la vida

El bulevar de la vida

El Padre de la Familia
Si ya todos le llamaban “Padre Oprah”, era lógico que el cura Alberto se esforzara por entrenarse cada vez más y mejor para poder ofrecer más útiles consejos a sus feligreses en crisis matrimonial.

Al fin, pensándolo bien, ¿cómo puede, quien no ha enfrentado nunca las tempestades temperamentales de una mujer, aconsejar a los suyos en la dura batalla de llevar un matrimonio, o “una amistad con derecho a cama”?

Mi abuelo, don Pablo, -que era muy Ortiz en asuntos amatorios-, ante mis querellas de adolescentes por amores impertinentes, siempre me decía: “Mire, Pablo Ramón, existe una sola manera de entender a las mujeres, pero hasta ahora nadie la ha encontrado. Así que, déjese de andar buscando explicación a su comportamiento, que las mujeres no existen para ser comprendidas, sino para ser amadas.”  El abuelo fue un  Voltaire banilejo de fábrica de hielo y café.

Años después, un colega de matutino me contó que su mujer protestaba cada día porque, al marcharse a las 5:30.A.M., él acostumbraba a darle un beso de despedida que, según ella, “le espantaba el sueño”. Un día,  obediente a la queja de la amada, el colega se fue sin darle el beso. Al regreso, encontró una esposa “entruñada”, que cortante le dijo: “Ahora sí es verdad, ya ni un beso de despedida le dan a una.”

  Estas anécdotas son, apenas, un esfuerzo periodístico porque se comprenda mejor al Padre Alberto, que en su empeño por salvar matrimonios no ha hecho más que aceptar la ayuda de una bella “coaching”, como se dice ahora, para ser más eficiente en su cristiana misión, a través de la experiencia.

En la iglesia católica hay ortodoxos, inquisidores, Opus Dei sin Magdalenas, y hasta señores que han hecho de la intolerancia y el insulto un credo. En cambio, el Alberto es tan solo un buen hijo de Dios, dedicado a salvar la célula madre de la sociedad: la familia, que, hasta prueba en contrario y como demuestra la Biblia en “El Cantar de los Cantares”, sólo se puede formar a través del santo fornicio, el de las concavidades trigueñas, las tardes sin sol, y algunas cabalgatas de luna llena y mar. Amén.

 

 

El Nacional

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