Opinión

El Bulevar de la vida

El Bulevar de la vida

“… que hasta el hijo de un dios, una vez que la vio, se fue con ella. Y nunca le cobró… La Magdalena”. Sor Joaquín Sabina.

Mil años hace, en la capital, en pueblos y barrios existió la Casa de Citas.

Justo ahora, cuando cualquier colmadón, resort, bar de gente “bien” u hotel de lujo, es mucho más que un prostíbulo; cuando perdido ya el sentir y el  romanticismo no existe ilusión ni boleros en la relación prostibularia; devenido todo, en simple intercambio sexo-comercial con yipeta, Cartier, Ferragamo, suite de cinco estrellas y otros dones, este es buen momento para rendir homenaje a la Casa de Citas, con perdón.        

Mis fuentes cuentan que en la casa de citas, la señora prostituta “de cortina y disimulo” era la “personal training” de los adolescentes que a ella acudían para encontrar alivio a los arranques testicularios de su hombría en formación. O sea, que la señora venía a ser una especie de “coaching” para el buen fornicio.

La dama era también el paño de lágrimas del adulto que, casado con damisela de buena familia, había sacrificado el atractivo sexual, o sea, “el gusto que rastrilla”, por lo que salía a buscarlo en otra piel, en otras piernas, otras mieles de su vientre, amén.  Así, Madame Ivonne dejó de ser la triste meretriz del desconsuelo, para convertirse en terapeuta sexual, confidente del señor y sus contradicciones existenciales.

De esas relaciones ilegales e indocumentadas nacieron muchas veces amores impertinentes. Amores contrariados, enfrentados a la sociedad y sus normas, al club social y sus simulaciones, a alguna iglesia y su hipocresía.

Hoy, cuando el país parece un gran prostíbulo sin versos, jardín marchito de amores sin porvenir, es un buen momento para cronicantar por la Casa de Citas.

Los menores pueden irse. Que hagan memoria y sonrían los mayores. Tenía razón, Sor Joaquín: “en casa de María de Magdala/ las malas compañías son las mejores.”

El Nacional

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