Opinión

El circo

El circo

“¿Qué opinión le merece el procedimiento que implementa el Senado de la República para seleccionar los miembros de la Junta Central Electoral?”, le increpó el periodista al abogado a su salida de la entrevista que acababa de tener cuando fue postulado por organizaciones civiles para ocupar un asiento del Organismo electoral.

“Excelente”, fue su primera reacción. Agregó que lo valoraba como mecanismo democrático, abierto, plural, participativo, que podría contribuir a la integración de una JCE que satisfaga los anhelos de una parte importante de la población de que sus miembros tengan las características esenciales de un auténtico árbitro.

“Pero hay que esperar”, continuó diciendo, al tiempo de exponer sobre la necesidad de que el transcurrir del tiempo confirmara que las personas que terminaran siendo electas lo fueran como resultado natural del proceso de selección que se llevaba a cabo. De lo contrario, argumentó, “todo esto sería una tomadura de pelo, una falta de respeto a muchos profesionales bien intencionados y capaces, que se han motivado a participar bajo la premisa de que se trata de un ejercicio honesto y transparente de selección”.

En efecto, aquello fue una burda manipulación de incautos que solo sirvió para simular ante el país que las cosas se estaban haciendo de forma diferente. Lo verdadero resultó ser que se impuso lo de siempre. El desigual reparto mediante el cual, quien controla la Cámara Alta asegura una mayoría incondicional, y distribuye migajas a las organizaciones minoritarias como forma de legitimar el ardid. Lo penoso es que no les cuesta mucho hacerlo porque sobran quienes se prestan para ese mamotreto a cambio de inscribirse en una nómina pública que, como la dominicana, es garantía de tantas cosas.

En la actualidad se repite el espectáculo, y lo notable es que con idéntico éxito de taquilla, sin importar la certeza que se tiene de que se producirán iguales resultados. Cientos de profesionales desfilando por una comisión senatorial sin ningún poder que trascienda el acatamiento acrítico de las órdenes que serán impartidas para que las cosas parezcan, nueva vez, cambiar, con la seguridad de que todo seguirá de la misma manera.

Eso revela una institucionalidad de pacotilla, un Estado donde sus distintos poderes no asumen las correspondientes responsabilidades y todo continúa reducido a la discreción del jefe absoluto, cuyo dedo índice de su mano derecha lo controla todo. “¿Te volverás a presentar?”, le inquirieron al jurista. “Náuseas”, fue su respuesta.

El Nacional

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