Semana

El crepúsculo y “El poema de la hija reintegrada”

El crepúsculo y  “El poema de la hija reintegrada”

El poema de la hija reintegrada”, inolvidable composición de Domingo Moreno Jimenes, uno de nuestros poetas mayores, encierra excelentes ejemplos del uso del crepúsculo como símbolo de la muerte.

El desgarramiento del poeta por la muerte de la hija se siente desde la primera estrofa:

Hija, yo no sé decirte si la muerte es buena
o si la vida es amarga; /sólo te aconsejo que despiertes, adulta
de comprensión más que tu padre!

A través de las treinta y una breves estrofas del poema es constante la referencia a la muerte y se vuelca hacia el exterior el estado de ánimo del poeta por la calamidad sufrida. En la octava estrofa aparece la primera comparación de la muerte con la oscuridad:

Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca;
verás envuelta el alba en la noche,
y las cosas de mayor transparencia
tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo.

“Largo crepúsculo”, dice el poeta. Es que para su dolor no basta un crepúsculo, sino uno prolongado y desconcertante, como si hubiera escrito “porque te has muerto para siempre”, como lo dijo Federico García Lorca en su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”.

Es recurrente la alusión a la oscuridad, símbolo fatídico de la fatalidad. Esa ausencia de luz aparece en la décima estrofa, de este modo:

¡Cómo me alivianas la sombra, al advertir
desde que te dormiste que en mi derredor
todo es sombra!

Su estremecimiento interior hace brotar en el poeta una visión cósmica que remite al origen del universo como se cuenta en la literatura sagrada, cuando la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían el haz del abismo (Génesis 1,1). Veamos la estrofa

XI:
Triste, triste ¿y no es acaso la suprema alegría
de los seres mudables el ser tristes?
Triste fue la faz de la tierra cuando se desperezó
el primer hombre.

Triste tiene que quedar la tierra cuando se
desentuma en su regazo el último hombre!
La partida de la hija induce a Moreno Jimenes a descubrir que su alma ha estado transitando entre dos crepúsculos, pero además es una sombra, una sombra que trashuma entre dos crepúsculos.
Hija, cada vez que examino tu vida
me doy cuenta que tú eres como mi vida:
una sombra entre dos crepúsculos!

¿Escoge el poeta los símbolos que va a emplear en sus textos o es que los símbolos se imponen al poeta? Al menos Moreno Jimenes se muestra claro de que el símbolo resulta un recurso vital para expresar el mundo interior. Como si quisiera introducir una reflexión de carácter técnico sobre la composición del verso, como si escapara del arrebato poético que lo poseía, como si se percatara de que sus lágrimas llueven sobre terrenos para él desconocidos, como si intentara despojar de opacidad su llanto, Moreno aparenta bajar el tono de su lírica para expresar en la estrofa XV:

Iba a decir entre dos agotadoras auroras
y ya ves, reincidí, sin querer, entre dos crepúsculos!
Por si para alguien el crepúsculo no era símbolo de muerte, por si fuera preciso reafirmar la fuerza expresiva de ese vocablo para dimensionar el disturbio interior que conmociona al bardo, éste lo reitera en la estrofa siguiente:

¿Por qué tan pura, tan casta y tan leve, te debas
parecer al crepúsculo?

Moreno ha logrado inscribir el dolor paterno en una pizarra grande, trasbordadora de distancias. El símbolo del crespúsculo se lo ha permitido, pues facilitó que el poeta, habitual caminante aldeano, viajara en pos de su hija en una nave de sombras, pero ella le aventajaba en su tránsito hacia lo ignoto y ya se confundía con el crepúsculo.

¿Será que el poeta quedó abatido, derrotado por la sombra? Resulta muy pretenciosa la aspiración de descifrar todos los misterios de la poesía. Veamos la estrofa XXI:

Miserable del hombre que osa creer que después
de la sombra la vida es vida!

En su frenesí poético, el autor de la Hija reintegrada, traspasó la condición de padre, se olvidó de cómo los hombres gimen por una hija muerta, y más aún se olvidó de ser hombre para volverse un ser de otra galaxia, un serafín, acaso, para entonar esa elegía tan profundamente desgarradora, llorada con voz tan alta que se torna contagiosa de pesar.

Última estrofa

-No seas padre; sé hombre,
sencillamente.
¡Gira tu vista a tu derredor
y que tu amor a una abstracta “Humanidad”
No te haga olvidar jamás de que eres hombre!

El Nacional

La Voz de Todos