Opinión

El crimen de Juncalito

El crimen de Juncalito

La semana pasada, padres y madres denunciaron en la Unidad de Género de la Fiscalía de Santiago, al cura Alberto Gil Wojciech, quien prestaba servicios en la parroquia de Juncalito, en el Municipio de Jánico, en esta ciudad de Santiago, desde hace varios años.

El sacerdote, de la congregación San Miguel Arcángel, se había ganado la confianza de la comunidad serrana que le confiaba a sus hijos incluso, para que pasaran fines de semana con él y hasta los llevara de viajar a Europa en vacaciones, permitiéndole mantener un abuso constante y por años contra una cantidad indeterminada aún de niños.

Una vez más, el caso que escandaliza al país, nos llama la atención sobre lo poco preparada que está la sociedad dominicana frente a estos crímenes cometidos desde lo interno de la comunidad y con frecuencia, a manos de personas consagradas.

En otros países donde sobre todo la Iglesia Católica ha tenido que hacerse cargo de cientos de casos de pedofilia y pederastia, existen códigos de conducta para la prevención de estos crímenes, con avisos claros acerca del perfil de estos criminales que prefieren a los niños y a las niñas.

En el caso del cura Gil, la Fiscalía de Santiago, asegura que las pruebas lo incriminan con varios menores, todos varones, de los cuales, algunos han podido relatar las agresiones sexuales a que eran sometidos desde hace al menos unos 8 años, amenazándolos con “el poder de la iglesia y con la maldición que caería sobre ellos y sus familias”, si hablaban.

Lo acontecido debe advertir a todo el país sobre la necesidad de desarrollar un relacionamiento diferente, de mayor confianza y más sano, primero con nuestros hijos e hijas, y luego, con las iglesias, a las que solemos subsumirnos con la certeza de que se trata de instituciones sagradas y divinas que nos protegen.

Desde la segunda mitad del siglo XX, las denuncias por abuso sexual infantil por parte de religiosos católicos romanos, aumentaron y cambiaron la imagen de la institución en muchos países donde las autoridades locales procesaron culpables a partir  de cientos de acusaciones de pederastia y los escándalos sacudieron los cimientos del Vaticano, costándole a la Iglesia Católica sumas tan altas hasta quebrar congregaciones enteras y además, la misma renuncia del Papa Benedicto XVI.

Es hora de exigir a las iglesias mayor transparencia en sus acciones y de disminuir el poder absoluto que las establece en nuestro país, como palabra de Dios. Todo por el interés mayor que son nuestros niños y niñas.

El Nacional

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