Opinión

El Día de Pentecostés

El Día de Pentecostés

El Día de Pentecostés es una festividad universal de nuestra iglesia, en la cual se celebra el descendimiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, quienes se encontraban desorientados y asustados luego de la pérdida de su líder y maestro, nuestro señor Jesús.

Esta situación de incertidumbre y dudas se produjo días después de la Resurrección de Cristo y fue durante este día de Pentecostés que la venida del Espíritu Santo, consolador o paráclito, llenó de prodigios y talentos a los discípulos para iniciar así las actividades de la nueva iglesia y como la celebración del Espíritu Santo. Esta es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad de nuestra iglesia católica.

Originalmente a los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas que en sus orígenes tenía carácter agrícola. Se trataba de la festividad de la recolección, día de regocijo y de acción de gracias en que se ofrecían las primicias de lo producido por la tierra.

 

La fe mueve montaña y protege a los que no tienen defensores

El fondo histórico de tal celebración se basa en la fiesta semanal judía, durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí. Por lo tanto, en el día de Pentecostés, también se celebra la entrega de los mandamientos al pueblo de Israel.

En la actualidad esta fiesta tiene un rango similar al del Domingo de Resurrección o Pascua.

Jesús, antes de padecer y resucitar, les hizo una hermosa promesa a sus discípulos de que Él y su Padre les enviarían su Espíritu para que jamás sintieran que estaban solos y a los 10 días que estuvieron junto a la Virgen Madre, encerrados en una casa, rezando, Jesús cumple su promesa y los discípulos se llenaron de coraje, sabiduría y salieron a las calles a toda voz a llenar de esperanza y hablar del mensaje de la nueva buena.

Como hombre de profunda fe, que he luchado en la vida tantos años, puedo asegurar que la misma no solamente mueve montañas sino que protege con más calor a los que no tienen defensores.

Reitero a las nuevas generaciones que cultiven día a día más este poderoso quehacer que estimula y protege a la humanidad, aprendiendo y cultivando los fundamentos cristianos que proyecta nuestra iglesia.

Basta recordar como los discípulos de Jesús defendieron y entregaron sus vidas para defender la justicia, la honradez y el destino de los que menos afortunados, con la única arma de la Fe que opera milagros.

El Nacional

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