Opinión

El fantasma

El fantasma

Cuenta la historia, o quién sabe si la leyenda, que hace miles de años existió una ciudad-estado griega que se llamó Esparta y un señor de nombre Licurgo que sería hoy como su padre de la patria. Licurgo se las traía pero también se las llevaba. Como no pudo ser rey por la aparición de un sobrino heredero, el tío se convirtió en el poder detrás del trono. Hoy se le llama asesor y algunas veces estos asesores presidenciales de la modernidad también se las traen y sobre todo se las llevan.

Lo primero que hizo el señor Licurgo fue visitar el Oráculo y el Oráculo le dijo que el Estado que siguiera sus leyes sería famoso en todo el mundo. Y la profecía de Delfos se cumplió con la herencia de un quehacer político, económico y social.

La esencia de las leyes era el desprecio de lo cómodo y de lo agradable por lo que tomó medidas económicas, monetarias, sociales y militares que se correspondieran al cuerpo ideológico de su doctrina. Todo un programa de gobierno.

Entre las medidas monetarias prohibió la importación de oro y las fabricó de hierro. Con ello suprimió su valor intrínseco y por tanto el atesoramiento. Realizó una repartición de tierra de manera igualitaria, prohibió el comercio, la industria y determinó que las comidas debían ser públicas, al mismo tiempo y sin diferencias. Es decir, todos iguales.

En el mundo de hoy la desigualdad y la inequidad irrumpen en el discurso de los políticos y de los protagonistas globales y parecería que Licurgo permea por el mundo mundial. Por supuesto guardando las diferencia de los escenarios.

En su documento La alegría del Evangelio el Papa Francisco dice: “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de las mayorías se quedan cada vez más lejos del bienestar de la minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”. “De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados”.

Explica el Papa Francisco que es una economía que mata a través de la exclusión y la inequidad, señalando la idolatría del dinero y la cultura del descarte: “así como el mandamiento de no matar pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad”.

El Nacional

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