Opinión

El gran Francisco

El gran Francisco

Tras el sangriento atentado contra el semanario satírico francés “Charlie Hebdo”, el miedo y la hipocresía encontraron refugio en la libertad de expresión. “Je suis Charlie”, la frase que resumió los motivos y el rechazo a la agresión, comenzó de inmediato a recorrer el planeta, obviando algunos aspectos, que si bien se prestan a reflexión, en modo alguno justifican la salvaje reacción. De la manera más sutil, hasta el propio Gobierno francés, que promovió una marcha internacional contra el terrorismo en la que participaron estadistas y líderes mundiales, ha optado, entre las medidas que ha anunciado contra todo tipo de violencia, por perseguir con firmeza “los discursos de naturaleza racista, antisemita” o que provoquen el odio. Sí, el odio.

Ante la sensación de alarma y temor frente al fanatismo religioso derivados del 7 de este mes contra la publicación francesa, han abundado las más diversas opiniones. Una de las más ponderadas ha sido la del papa Francisco, quien advirtió que la libertad de expresión tiene sus límites y que no se puede provocar ni ofender a la religión. El Pontífice, a quien nadie atribuye doble moral, sino coherencia y firmeza en sus planteamientos, no hace más en definitiva que concordar con las acciones anunciadas por el Gobierno francés. Tras indicar que tanto la libertad de expresión como la religiosa “son derechos humanos fundamentales”, precisó que “tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener esta libertad, pero sin ofender”. E ilustró con el puñetazo.

Resultó que fueron islamitas relacionados con el terrorismo, pero el salvaje atentado contra Charlie Hebdo pudo ser cometido por cualquier fanático religioso. ¿Acaso se puede presentar como un payaso a Mahoma, el Dios de los musulmanes, sin generar reacciones? Las burlas contra la figura de Mahoma se pueden tomar con la mayor filosofía en la civilización occidental, pero no todos los musulmanes comprenden ni aceptan, como ha observado el Papa, ese ejercicio de libertad. El deplorable suceso plantea un toque de atención, que en medio de la repulsa colectiva, el dolor y el llanto el presidente francés Francois Hollande ha captado con las acciones para perseguir todo tipo de apología del terrorismo, pero también la incitación al odio, que no es censurar la irreverencia ni la libertad de desfigurar los gestos.

La matanza de los periodistas y caricaturistas es un suceso horroroso, que dispara la alarma sobre el abismo entre la civilización y el fanatismo. Que ocurriera en Francia, una nación que ha sido tan abierta a la diversidad, la torna más perturbadora. Pero, como advirtió el Papa, la cruzada contra el terrorismo no puede pasar por alto que la libertad de expresión tiene sus límites, entre los que figura la provocación a través de la incitación al odio.

El Nacional

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