Me imagino que mi padre tuvo tantos méritos históricos como para que un régimen adverso a sus ideales, presionado por un clamor popular, lo declarara héroe nacional. Recuerdo, dentro de esa agradable fantasía, su gallardía militar y su inmensa capacidad de amar. Recuerdo cómo nos mimó. Lo imagino llegando sudoroso a nuestro hogar desde los heroicos combates contra el yanqui invasor.
Nos besaba. Nos apretaba contra su pecho. Jugábamos tirados en el piso, presente todavía el olor a pólvora.
Nos hablaba del por qué de su rebeldía, del valor de la libertad y de su Patria mancillada.
Recuerdo su rostro triste, cuando finalizada la contienda, lo forzaron a radicarse en Londres. A ese mundo desconocido llegamos llevados de la mano por él y por mamá. Ellos siempre con nosotros/as, brindándonos cariño y enseñanzas.
Después se produjo su paso a la otra isla maravillosa. Y entonces, con sus precisas instrucciones, la familia le siguió.
Luego dice la leyenda de Caracoles- hubo de producirse su conmovedor salto a la inmortalidad.
En su linda carta de despedida nos escribió: debo decirles hijos míos que su patria chica, Santo Domingo, los va necesitar, y no solo a ustedes, el internacionalismo genera una fuerza extraordinaria y los prepara para el futuro, y este pueblo que es ejemplo, ayuda y ayudará con su esfuerzo a los pueblos hermanos en las lucha contra el enemigo común, el imperialismo yanqui
No olvido cuando ese enemigo -encarnado en generales de horca y cuchillo, en agentes extranjeros encubiertos, en oficiales desalmados- logró capturarlo, fusilarlo, descuartizarlo, quemarlo y ocultar sus restos con la venia del déspota ilustrado.
Me sitúo ahora cuando el clamor nacional apunta contra la impunidad que ha protegido asesinos y ladrones por ocho décadas.
Me pongo en la situación del hijo que lleva su nombre y su estirpe que alcanzó en buena lid el grado militar que le facilitó al padre casarse con la gloria
¿Qué hacer?
¿Callar?
¿No acompañar a mi familia cuando exige justicia contra los asesinos de mi padre?
Sigo estimulando la imaginación: nunca antes callé. Nunca me habían mandado a callar. ¿Por qué ahora? Es evidente que la piel del régimen de impunidad está hipersensible y temblorosa.
Pero es tarde para pedir silencio. Tarde, aunque me forzaran temporalmente a callar: millones de voces están decididas a alzarse para que los sádicos asesinos de aquel intrépido coronel -los mismos que mandaron a matar a Orlando, Pichirilo, Arsenio, Guido Gil, El Moreno y tantos otros/as luchadores/as- sean ejemplarmente castigados.
Millones de voces están alzadas contra la corruptela y los crímenes de lesa humanidad.