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El hombre envejeciente

El hombre envejeciente

En la letra de una de sus canciones, el cantautor argentino Alberto Cortés califica a la vejez como la más dura de las dictaduras.

Y los que atravesamos por esa etapa de la existencia comprobamos diariamente la dolorosa verdad contenida en esa frase.

Pero también hemos aprendido que la mejor forma de enfrentar las limitaciones de la ancianidad es bromear acerca de ellas.

Uno de los cuentos de contenido humorístico que relato con frecuencia es la conversación entre dos hombres en edades pasado el meridiano.

-Estoy cansado de que al despertar en las mañanas experimento toda clase de molestias físicas, desde dolores en las articulaciones, pasando por mareos, hasta jaquecas- se queja uno de ellos.

-¿Cuántos años cargas arriba?-pregunta el otro.

-Setenta y ocho- es la respuesta.

-Con esa edad, el día que despiertes y no sientas ningún malestar, puedes estar seguro de que te moriste- afirmó el otro longevo.

Los añejos somos víctima de expresiones burlonas por parte de jóvenes, y hasta de cuarentones y cincuentones, como si estos ignoraran que la única forma de no llegar a viejo es morir en edad temprana.

Una amiga septuagenaria tiene una forma efectiva de enfrentar la mofa de personas de escasos abriles.

-Tienes razón- les dice- la vejez es algo feo, y como está demostrado que dios complace con frecuencia mis ruegos, le pediré encarecidamente todos los días que mueras joven.

No hay que tener dotes de adivino para prever la reacción medrosa del joven ante el anuncio de esa devota petición al supremo creador.

A un pariente que no había avanzado mucho en su sexta década vivencial, un conocido le preguntó recientemente cómo había pasado el ciclón de 1930.

-Magníficamente- respondió- porque amanecí con tu mamá en un hotel, después de una larga tanda cervecera.y bailable.

Es harto sabido que la mayoría de la gente sacrifica salud en aras de disfrutar de los placeres mundanales en exceso,
Por ejemplo, en materia gastronómica existe la creencia de que los alimentos saludables son desabridos, o de mal sabor, y que los dañinos constituyen una caricia al paladar.

Conozco personas ancianas afectadas de diabetes o hipertensión, que violentando las disposiciones de sus médicos, comen de todo, de forma inmoderada.

En cuando al consumo excesivo de bebidas alcohólicas, personas que atraviesan esa situación se niegan a admitirlo, por el placer que les proporciona.

Algunos llegan a manifestar que prefieren vivir sesenta años “largando tragos” que noventa sin hacerlo.

Pero la mayor queja de los hombres de avanzada edad es la inevitable disminución de la potencia sexual, aunque en los días que corren, esta es combatida con eficacia en algunos casos por potenciadores químicos.

Sin embargo, son numerosos los casos de hombres que han fallecido haciendo el amor después de ingerir estos productos, con la finalidad de impactar a una pareja joven.

Como no hay regla sin excepción, la vejez conlleva algunas escasas ventajas, entre ellas la tan citada acumulación de experiencia.
Los viejos a veces nos sorprendemos de la facilidad con que captamos las tentativas engañosas para sacarnos provecho que usan algunos pedigüeños y vividores.

Un viejo refrán asume que el diablo sabe por viejo, y que la condición satánica no le provee ningún conocimiento mundanal.
Uno de los escasos privilegios de los matusalénicos, es lo que denomino la ventanilla geriátrica de las entidades bancarias para personas con más de sesenta y cinco años de edad.

Las filas en ellas son menos largas que las del resto, pero muchas damas que califican para ellas no las utilizan, debido a la conocida vanidad femenina.

Uno de los problemas de la vejez en el hombre son los prostáticos, que van desde el cáncer del órgano, hasta la llamada hiperplasia benigna que disminuye la fuerza en la expulsión de la orina.

Consolador en la senectud masculina es el hecho de que las mujeres, presumiendo que en esas edades los hombres no están en aptitud de ejercer los placeres carnales, les prodigan efusivas caricias, aún en público.

Debido a que se repite que cada edad tiene su encanto, un octogenario amigo asegura que quizás por la cortedad de origen geriátrico de su visión, no alcanza a verlos ni a disfrutarlos.

El Nacional

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