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El incendio que no dejó una tabla en Bayaguana

El incendio que no dejó una tabla en Bayaguana

Tan pronto supo lo del fuego de la nueva población de San Juan Bautista de Bayaguana, el presidente de la Real Audiencia, capitán general y gobernador de la colonia de Santo Domingo, don Diego Gómez de Sandoval, dispuso una investigación exhaustiva.
No se anduvo por las ramas al designar al Alguacil mayor de la ciudad de Santo Domingo, Francisco Rodríguez Franco y lo más importante ofrecido como base de la indagatoria es la revelación en su poder, de que buena parte de la población, trasladada a partir del año de 1605 desde los poblados situados al Occidente de la isla en Bayajá y Yagüana, rechazan este asentamiento.

A dar cabida a esa indisposición contribuyó el trato recibido durante las operaciones de mudanza dispuestas por el predecesor de Gómez de Sandoval, don Antonio Osorio. Puede afirmarse, sin lugar a equívocos históricos y olvidos de la verdad, que no solamente hubo trato inhumano a los habitantes sujetos a la mudanza, sino que el gobernador Osorio los volvió sujetos de abusos sin miramientos por las calidades ostentadas, incluyendo las propias del servicio público.

Tal el caso del apresamiento de Hernando Guerra, comisario, por haber suscrito junto a otros residentes de las villas, sobre todo de la de Yagüana, un documento mediante el cual se relacionaban, uno por uno, los daños y agravios derivados de los cambios territoriales impulsados por la Corona, a instancia de obtusos residentes de la colonia, como era el caso de Baltasar López de Castro, promotor del cierre de las poblaciones del Norte, el Noroeste y el Oeste de la isla.

El citado documento, cuyo conocimiento se hizo a la luz en toda la colonia, destacaba daños irreversibles que quizá debieron llamar a la reflexión al Gobernador Osorio, quien maniobraba libre de ataduras, pues su único freno, el arzobispo Franciso Dávila Padilla, había fallecido poco antes de iniciarse todo el proceso, para liberar de trámites el proyecto de una mudanza sin miramientos como la que impulsó el Gobernador Osorio.

Entre los daños destacados por el documento emitido por los residentes obligados a la mudanza, por supuesto, se encontraba el relacionado con la pérdida del ganado. El otro, de mayor trascendencia, abrió la brecha para que se crease una colonia vecina, no sujeta a España, de cuya existencia devino, siglo y nueve decenios más tarde, el Estado de Haití.

Ya en 1605, ese vecindario obligado a irse de las tierras en las que habían nacido o a las que se habían acogido, previó que al dejarse abandonados sus magníficos puertos y sus predios aptos para ganado, serían ocupados por los enemigos de España. Pero ni siquiera esta inequívoca afirmación llamó a las conciencias de los empeñosos funcionarios coloniales, decididos a cumplir con el plan de la mudanza, cayese quien cayere.

El problema al cual se enfrenta ahora, tres años más tarde, el Gobernador Gómez de Sandoval, es que aquella mudanza no debió llevarse a cabo cayera quien cayese, sino con la dulzura (expresión utilizada en la Cédula Real) más conveniente al proyecto presentado a las Cortes por López de Castro y acogido por la Corona.

Todo el resabio, el dolor por las vidas y bienes malogrados, las frustraciones y la desesperanza, se levantan ahora entre el nuevo Gobernador y la población de San Juan Bautista de Bayagüana, pues el emisario del Gobernador se obliga, en virtud de la disposición oficial, a establecer la verdad.

¿Cuál es la verdad? ¿Se ha generado un incendio porque una llama saltó desde un fogón y quemó diecisiete viviendas –en ese momento casi todo el pueblo- incluyendo la Iglesia? ¿O alguien prendió el fuego con la intención de quemar el pueblo?

He aquí el reto levantado ante el Alguacil Mayor de Santo Domingo, enviado a San Juan Bautista de Bayagüana a indagar sobre lo inaveriguable. Porque el Gobernador parte de una realidad alentada por rumores, pero el Alguacil Mayor se enfrentará a un pueblo en el cual todos prefiere ser inocentes o todos pugnan por ser culpables.

Una reconfortante situación se desprende del incendio, la cual destaca el gobernador Gómez de Sandoval. Se ha quemado todo, dirá por escrito, incluyendo la Iglesia y objetos consagrados.

Pero entre aquello que no se ha quemado se encuentran unas hostias consagradas y una figurita de Cristo, Jesús crucificado, la cual provocará visitas habituales, en peregrinaje o no, de los que, abrazados a la fe de Jesús, se encuentran adheridos a las creencias en Él por seguimiento a su Palabra dentro del cristianismo católico.
De cuanto se salvó del fuego y de las averiguaciones del alguacil mayor, escribiré en próxima entrega de estos escritos.

El Nacional

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