Opinión

El informe

El informe

Pedro P. Yermenos Forastieri

La impresión que me ha quedado a partir de la reacción del Gobierno dominicano a propósito del Informe de la OEA sobre el conflicto migratorio con Haití, es que nuestras autoridades anhelaban que el contenido del mismo hubiese establecido que República Dominicana es un país racista, que ha dejado a miles de personas en condición de apátridas y que ha generado una crisis humanitaria de mayúsculas proporciones.

Es decir, parecería que deseaban obtener las pruebas irrefutables con las cuales pudiesen continuar el litigio y, lo más importante, que ellas sirvieran como el estandarte que avalara la cacareada conjura internacional que persigue la unificación del desarrolladísimo país que somos con el conglomerado de depredadores naturales que son los haitianos.

No nos ha bastado que se haya dicho que como nación soberana tenemos derecho a establecer nuestra política migratoria. Exigíamos un texto y una redacción tal como los concebimos. ¿Con honestidad? ¿O se teme haber perdido un elemento aglutinador de sentimientos con la finalidad de manipulación electoral?

Es improcedente que en el mundo globalizado de hoy un Estado desestime la posibilidad de diálogo con otro. La OEA no ha dicho que ese intercambio debe ser coordinado por ella, solo se ha ofrecido para mediar; tampoco afirmó que en esos encuentros se vaya a discutir la política migratoria dominicana, la cual reconoce que es prerrogativa exclusiva de nosotros. A propósito de OEA, ¿nos gusta o no que observe las elecciones de Venezuela? ¿Por qué allí la imploramos y aquí la denostamos? Coherencia, por favor!

Es falso y cínico negar que exista un conflicto migratorio con el vecino país y, en ese sentido, las puertas de las discusiones jamás debieran cerrarse, sobre todo si somos sinceros y admitimos que ese país, aun con la pobreza extrema que lo abate, juega un papel de primer orden en la marcha de la economía dominicana. Esa es una verdad que está colocada por encima de prejuicios y de falsas posiciones patrioteras que no hacen más que develar corazones retorcidos de muchos que viven proclamando su enraizada vocación cristiana.

Una actuación acorde con los auténticos intereses nacionales implica reconocer que somos una isla compartida por dos naciones y que así será para siempre. Que ambas se necesitan recíprocamente y, por eso, deben entenderse con integridad, transparencia y equidad. No como ha sido desde hace siglos y hasta ahora, sendos pretextos para el latrocinio, la expoliación y la mentira.

El Nacional

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