¿Qué Pasa?

El lado bueno

El lado bueno

Las caras que vemos
Cuando llegué la vi sentada pendiente de su amiga enferma en aquella clínica.
Aunque su mirada se veía lejana, sus gestos delataban una muy buena amiga, de esas que siempre están en los malos momentos dándote apoyo y cariño.

Aquella mujer robusta, tomaba la mano de la enferma, le hablaba cerca, no pude escuchar sus palabras, pero parecían ser de consuelo ante una situación que yo desconocía.

A veces miraba a su amiga y sonreía, de vez en cuando conversaba o solo daba aprobación con sus gestos. Pero nada más cierto que aquello de que “caras vemos, corazones no sabemos”, porque cuando una enfermera pidió que saliéramos de la habitación de la enferma para hacerle unas curaciones, el rostro de aquella amiga fiel se transformó.

Salió al pasillo con pasos lentos, como quien no tiene vida en su cuerpo. Puso sus manos y cabeza en una de las paredes del pasillo de la clínica y cerró los ojos muy fuerte.

Era como si dentro de la habitación pudiera despejar su mente y al salir al pasillo, regresara a ella una realidad que quería olvidar.

Me acerqué y le pregunté si le dolía la cabeza, me dijo que sí, que sentía que se le explotaba, me preguntó si tenía hijos, le dije que tenía dos y las palabras que me dijo después con voz quebrada, quedarán en mi mente por el resto de mi vida: “yo tenía uno… solo uno y me lo mataron hace un mes”.

Me dijo que unos sicarios habían dado siete tiros al único fruto de sus entrañas, porque lo confundieron con otra persona. Mirando arriba como quien pretende ver el cielo dentro de aquel edificio, se aguaron sus ojos y entregada ya a aquella confesión, me dijo que no sabía qué hacer para no volverse loca.

Queriendo decir lo adecuado, pero convencida de que eran solo palabras que no aminorarían su dolor, le dije que se aferrara a su fe, que buscara motivaciones para seguir adelante, en su familia, sobrinos, su madre o lo que fuera, pero que no se rindiera.

Mientras le hablaba, me ponía en su lugar y sentía derrumbar el mundo. Aquella señora entonces, respiró y entró nuevamente en la habitación, llegó junto a su amiga y le sonrió demostrando que la amistad no hace pausas. Un amigo te acompaña siempre..siempre.

El Nacional

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