POR Miguelina Terrero
miguelinaterrero@hotmail.com

Misión cumplida

Era difícil creer lo que veían sus ojos y lo que sus manos ya habían palpado más de cien veces, para poderlo entender a plenitud. Parecía una escena trivial, de esas que pasan cada día, pero no lo era. Lucía como si fuera un momento igual a otros, pero, ella, Martha, sabía muy dentro de si, aunque no lo comentara, que eran una hora y un día, que guardaría en su corazón por siempre.

Sus manos no dejaban de tocar la pequeña llave de su fregadero, mientras los dedos, se movían en busca de una gota de agua, que por más que intentaban no caía. El día anterior, había sido sin duda para ella, uno de los más dolorosos de su vida porque había perdido uno de sus seres más queridos en un accidente, que mejor no recordar. Los recuerdos se agolpaban en su mente, mientras le llegaban imágenes de aquel sobrino, que además era uno de sus mejores amigos.

Tomaba café con ella cada mañana y conversaban, como si para iniciar el día a ambos les hiciera falta decirse cosas. De paso, a cualquier hora, el se hacía cargo de aquellos pequeños problemas de la casa, que las mujeres solemos no dominar.

Por eso un buen día fue y le corrigió algunas averías en la casa y talvez la que a ella más le urgía, que era una fastidiosa gota de agua en su fregadero, la dejó para una segunda visita, sin antes dejar la promesa de que estaba pendiente de repararla.

Fue ese preciso día, en el que salió a las calles a su rutina de trabajo y ya no volvió más.

La muerte lo sorprendió a destiempo, se lo llevó con crueldad, asi, como se arrastra a quien nos pertenece. El día siguiente, al levantarse Martha fue, como cada mañana, a hacer desayuno a su cocina y abrió la llave de aquel fregadero. Sus dedos buscaron insistentes la gota que por meses afectaba la tubería… pero no se humedecieron, porque simplemente el pequeño chorro de agua, ya no estaba.

Un misterioso plomero la había reparado, en claro cumplimiento de una promesa que hizo y no quiso dejar inconclusa. Asi fue.