Opinión

El mercurialismo imperante

El mercurialismo imperante

Sociólogos, historiadores y comentaristas políticos a menudo hablan sobre las transformaciones que se han operado en la sociedad dominicana en los últimos cincuenta años. Ha habido avances en la política, la economía, los asuntos sociales y en el comportamiento de los ciudadanos, aunque pocas veces se habla de cómo, esa misma sociedad, ha caído en un mercurialismo que asombra, a tal punto que hace hasta sonrojar a los más viejos.

Hoy día todo se resuelve a base de dinero. Son pocos los que suelen hacerle un favor de gratis a alguien, mucho menos sacarlo de un apuro cuando no se goza de los privilegios que otorga el Poder.

Se dirá que eso ocurre en todas las sociedades. Sí, pero en la República Dominicana ha cobrado características alarmantes, porque ese mercurialismo se refleja en todos los aspectos de la política.

Hace muchos años, los regidores eran gente honorable que servían en los Ayuntamientos honoríficamente. Hoy día, gran parte de los regidores es severamente cuestionada, porque casi todos ellos, para llegar a los cargos, tuvieron que asumir compromisos económicos para poder calificar como candidatos de sus respectivos partidos. Esas deudas tienen que ser pagadas de alguna manera.

En estos tiempos, para ser legislador en términos generales, hay que disponer de millones de pesos, pues lo primero que hacen los partidos es exigir una alta suma de dinero a los aspirantes, que tienen que financiar su propaganda, sus mítines y otorgar dádivas a sus conmilitones.

Sabido es también que sectores públicos y privados otorgan “la ración del boa”, cuando están interesados en que el Congreso apruebe una ley que los favorece, hasta para modificar la Constitución y restablecer la reelección.

Los Ayuntamientos no escapan al mercurialismo: cada vez que se les hace una auditoría, casi siempre salen a relucir graves anomalías en el uso de los recursos públicos, sin que haya sanciones, pues en la Justicia predomina también la lacra mercurial.

Hace algunos años, trasladar a la frontera con Haití a un guardia, un funcionario de aduanas o un juez, era un castigo. No es fácil adaptarse a una zona prácticamente desolada, sin los atractivos que existen en las grandes ciudades. Sin embargo, en estos momentos un traslado a la frontera representa un premio, porque se ha generalizado el cobro de “un peaje” a quienes la cruzan ilegalmente.

Esa práctica es una de las tantas razones que explican la masiva presencia de indocumentados haitianos en el país, a los cuales ahora se trata de “regularizar”. Pero nadie duda que el número de quienes califiquen aumente significativamente, precisamente por el mercurialismo imperante.

El Nacional

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