Opinión

El país de las denuncias

El país de las denuncias

La República Dominicana a veces luce ser un país de novela, donde todo gira alrededor de intrigas y conspiraciones que se alimentan a si mismas sin llegar a ninguna parte. Todas las semanas la prensa local es inundada de denuncias de todo tipo que se baten por unos 15 minutos en los círculos de opinión y luego caen en la obscuridad siendo eclipsadas por la nueva denuncia caliente de turno. El deporte nacional de denunciar ha cualquierizado lo que en principio debe ser un acto responsable, y en vez de promover el inicio de actos correctivos objetivos y concretos, solo siguen sirviendo de distracción a todo el proceso de alcanzar las soluciones que críticamente el país necesita.

Las denuncias se realizan ante un representante del Ministerio Público con evidencias y declaraciones de hechos, sin caer en la ridiculez de hacerlas para los micrófonos y con “nombres” y “pruebas” que “serán presentados en su debido momento”. Se hace un flaco servicio a la institucionalidad del país, la imagen de los Poderes del Estado, y la credibilidad de las acciones del Estado, descargar todo sobre denuncias de micrófonos vacías que en ningún momento se realizan con intención de llamar la atención de un problema verdadero.

El acto constante de denunciar por denunciar que se extiende desde políticos, empresarios, sociedad civil y hasta a los líderes comunitarios menos relevantes, le ha restado credibilidad e importancia a todas las denuncias indistintamente de cómo y quién las haga, y de forma inintencionada (o tal vez intencional) se ha erigido como un soporte adicional a la impunidad, inoculando a toda sociedad de cualquier indelicadeza o delito que es arrojado al círculo de intrigas en que ha devengado la vida pública de nuestra nación.

Mientras tanto, la inacción del Ministerio Público por falta de pruebas frente todas estas renuncias ridículas irrita a un pueblo que no tiene la capacidad ni la educación para comprender cuando algo tiene o no méritos, afectando sin necesidad la credibilidad de una entidad que en demasiadas ocasiones ha caído en el revanchismo inquisidor populista, solo para terminar viéndose derrotado de forma abrumadora en los tribunales.

Me encantaría poder plantear soluciones o alternativas para poder revertir esta tendencia hacia el tremendismo novelero de nuestra sociedad, pero viendo que en gran medida hasta nuestra historia la escribimos con el mismo sabor amarillista, tengo serias preocupaciones de que hasta inclinación a la novela ya sea algo cultural.

Las denuncias con evidencias y sustento legal que vayan orientadas a procurar los cambios que pudieran hacernos una mejor sociedad deben ser más que bienvenidos. Lo que resulta inaceptable es que constantemente seamos bombardeados por declaraciones tremendistas sin intención de ir a ninguna parte. Dejémosle las telenovelas a los venezolanos y mexicanos.

El Nacional

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