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EL PATRIMONIO MONUMENTAL COMO CRONISTA DE LA MEMORIA COLECTIVA

EL PATRIMONIO MONUMENTAL COMO CRONISTA DE LA MEMORIA COLECTIVA

En el devenir de los siglos los grupos humanos han manifestado su ímpetu creativo en el modo de habitar, trascendiendo muchas veces el estricto sentido de lo utilitario.   Hemos conformado, en el tiempo y en el espacio, un universo semiótico que tiene códigos y lecturas sujeto a sus particularidades especiales.

Es un error, entonces, que hablemos de “Arte Prehistórico” (terminología en la que incluimos el patrimonio monumental) infiriendo que de no haber un registro de escritura no podemos ubicar esatas creaciones como historia.   La escritura no es el único medio para investigar el pasado, tenemos en el arte y la arquitectura un poderoso instrumento que arroja luz acerca de la memoria, nos enlaza con el tiempo presente y  nos hace mas conscientes de nuestra propia identidad.

 

Si bién es cierto que este patrimonio tridimensional que ha llegado a nosotros como un valioso legado de tiempos precedentes, está sujeto a interpretaciones variadas y subjetivas, no es menos cierto que este conjunto está expuesto al espectador de manera tangible y como un testigo mudo de las sociedades precedentes.

 

Podemos puntualizar, además, que aún los documentos escritos por testigos oculares o por la tradición oral, adolecen de perversiones y distorciones sustanciales de la verdad, trastornada por el prejuicio y el hambre de mito que tenemos los seres humanos, pór eso, en una expresión exagerada y algo sarcástica, nos dice Oscar Wilde que “Nuestro único deber hacia la historia es escribirla de nuevo”.

 

El Patrimonio Monumental es un cronista de la memoria. Mas allá de las razones posibles de la Cueva de Menga en Antequera (Málaga) o el Cromlech de Stone Henge en Salisbury, hay un sentido de orden, de lógica constructiva y sobre todo es la expresión de la fascinante energía creativa del ser humano, que soluciona los problemas aun con limitados adelantos tecnológicos.

Las colosales figuras de Ramsés II en el templo de Abu-Simbel nos hace comprender el poder casi omnímodo de Faraón, colocándolo al mismo nivel de una deidad y la mentalidad de crear un Alter-ego en una cultura obsesionada con la muerte.   El Zigurat babilónico, nos habla de supersticiones y el aferramiento a los astros, como si se encargaran de tejer el tapiz de nuestro destino.

 

La paradigmática obra de Ictino y Calícrates, El Partenón de Atenas, es la expresión idónea de la preocupación de los griegos por el orden, considerando a este sistema como un “cosmos” y no como un “caos” y su obstinación en el cuidado de la proporción de las cosas como parte fundamental de eso que llamamos “belleza”.    Los osados logros de la ingeniería civil romana (acueductos, carreteras, puentes, termas, anfiteatros, basílicas, etc.) no solo refleja el esplendor de ese vasto imperio, sino su sentido pragmático en contraste a la visión idealista de los griegos.

 

Continuando con esta argumentación, no podemos pasar por alto La Catedral de Santa Sofía en Constantinopla, con el tambor de una imponente cúpula partido por un haz de luz, que parece flotar alucinantemente con los rayos solares, relatando esto la voluntad inquebrantable del Emperador Justiniano, que llevó a Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto a buscar una piedra porosa en Alejandría que alijerara su peso propio.   No es necesario que un historiador relate el amor profunde del Shah Yahan por Mumtaj Mahal, ese sobrecogedor mausoleo construido en Agra y denominado Taj Mahal, nos dice a gritos lo que es el poder y la magia de un gran amor, inmortalizado por una arquitectura que concede a la piedra la categoría de poesía congelada.

 

Al contrastar una catedral románica y una gótica, estamos comparando dos maneras de pensar, una sociedad feudal expresada en el encerramiento ciclopeo de la Iglesia y la sensación de libertad que engendró la caida del feudalismo, coincide con la alianza de arbotantes y contrafuertes que permite el ingreso de la luz a traves de los vitrales y rosetones.

El palacio florentino del Renacimiento es la expresión del pensamiento greco-romano en el ritmo repetitivo de sus ventanas, diferente a la dinámica barroca de una obra de Bernini o Borromini.   Se convirte así, el Renacimiento, en la pausa obligada entre la libertad estructural del Gótico y la sinuosidad escenográfica del Barroco.

 

Las paradojas del pensamiento del siglo XIX pueden ser descifradas en una arquitectura que oscila entre la nostalgia romántica del pasado y una vanguardia tecnológica alimentada por la Revolución Industrial, por eso restaura Notre Dame de París y culmina con la osadía de la Torre Eiffel o el Palacio de Cristal.   Este siglo es la antesala del XX, donde hay una nueva concepción de nuestro mundo de realidades y una busqueda de libertad que se expresa en la arquitectura despojada de ornamentación innecesaria de Mies Van Der Rohe o la pureza de La Villa Saboye de Le Corbusier y la perfecta interacción con la naturaleza de la Casa Kauffmann de Wright.

 

Esta ansia de libertad culmina el siglo con la audacia creativa respaldada por los avances técnicos que vemos en las hermosas líneas que recorren las siluetas de los puentes de Calatrava, los poliedros concatenados del Banco de China de Pei o la espectacularidad del Museo Guggenheim de Bilbao, donde Ghery genialmente refleja el sentido de caos de nuestro tiempo.

 

El patrimonio arquitectónico es un testimonio tangible que relata el pasado y nos invita a hacer una exégesis de nuestra historia.   Nos lleva de la mano a la comprensión de los grupos humanos, al conocimiento de nosotros mismos y finalmente, a una mejor construcción, en el tiempo y el espacio de eso que llamamos historia.

El Nacional

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